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Actualizado: 19 de junio de 2025
14 Entonces respondió Amós, y dijo a Amasías: No soy profeta, ni soy hijo de profeta, sino que soy boyero, y cogedor de higos silvestres; 15 y el SE
¡Santo Dios, con qué comida más suculenta me obsequiaron aquella mañana! Un trozo de cabrito asado, queso de monte, mostillo, higos, uvas moscateles; todo ello rociado con ese exquisito Château-neuf de los Papas, de un color rojo tan precioso en los vasos... A los postres, voy a buscar el cuaderno del poema y lo pongo en la mesa delante de Mistral.
13 la higuera ha echado sus higos, y las vides en cierne dieron olor; levántate, oh compañera mía, hermosa mía, y vente. 14 Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de la escalera, muéstrame tu vista, hazme oír tu voz; porque tu voz es dulce, y tu vista hermosa. 16 Mi amado es mío, y yo suya; el apacienta entre lirios.
CIRUELAS O HIGOS CONFITADOS. Toda clase de frutas que se quieran confitar, después de cocidas, hay que introducirlas en almíbar a punto de caramelo, y ponerlas después a enfriar para empapelarlas.
Tuve la suerte de acertar casi siempre; y ya lo mismo le daba a don Pepito Guzmán encontrarse en la droguería con el principal que con el dependiente, cuando de higos a brevas iba por allá con los motivos de costumbre. Retirose nuestro tío, y se murió bien pronto, y continué yo mereciendo todas las atenciones y hasta la amistad que él había merecido del señor de Guzmán.
8 Y como los malos higos, que de malos no se pueden comer, con certeza dice el SE
Hacían de peras á higos un bonete para un capellán de Palacio ó para el señor fiscal de la Rota, y nada más. Eran muy pobres, pero soportaban con paciencia la desgracia sin exhalar una queja. Sólo una de ellas decía de cuando en cuando con un suspiro, mientras revolvía los escasos trapos negros de su santa industria: "Ya no hay religión."
Tellagorri poseía un huertecillo que no valía nada, según los inteligentes, en el extremo opuesto de su casa, y para ir a él le era indispensable recorrer todo el balcón de la muralla. Muchas veces le propusieron comprarle el huerto, pero él decía que le venía de familia y que los higos de sus higueras eran tan excelentes, que por nada del mundo vendería aquel pedazo de tierra.
No debían acordarse de este mal inevitable, de este último peligro sin remedio alguno, que entristece la vida, quitando su sabor al pan, su alegre topacio al líquido de la parra, su jugo al blanco queso, su sabor de azúcar a los higos purpúreos, y su energía picante a la sobreasada, entenebreciendo y amargando todas las cosas buenas que Dios puso en la isla para consuelo de las gentes de bien. «¡Ay, don Jaime, qué miseria!...»
Y el doctor repuso: Porque es la verdad, amigo: esto de la política se me figura a mí como un gran árbol, ¿entiende? una higuera, supongamos, toda llenita de higos; arriba, comiéndoselos, los hombres del gobierno, nosotros; abajo, mirando, los de la oposición, ellos. Y toda esa grita porque bajemos, es porque temen que no les dejemos un solo higo, para cuando ellos suban.
Palabra del Dia
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