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»No obstante, tu Magdalena ha crecido, su espíritu se ilustra, su imaginación se ensancha y te entiende cuando le hablas de los poetas, de los campos, de Dios Todopoderoso. Empieza a quererle de otro modo que por el solo instinto, y empieza a oírse a su paso un lisonjero rumor de alabanzas que su hermosura y gentileza arrancan a quien le ve.

»Así vuelven a pasar ante su vista todas las escenas del pasado, cuyos recuerdos le hacen llorar y sonreír a un tiempo; por más que siempre acaba por llorar, porque la conclusión siempre es la misma: él recuerda sus gracias, su hermosura, sus encantos, y siempre ha de acabar pensando en que todos esos dones se han desvanecido al soplo de la muerte.

La poesía, pues, en su más elevada acepción, así como la virtud en su acepción más elevada, tiene sólo la recompensa en ella misma, en la creación de lo ideal, en la fijación y depuración de la belleza, que aparece escasa, mezclada con elementos extraños y fugitiva en el mundo, y a quien el poeta aparta y sustrae de lo feo, y da una vida inmortal, a fin de que gocen de ella las pocas almas que por su propia hermosura son capaces de comprenderla.

Quiero que la mujer salga á luz, porque la luz fué tambien creada para ella. Quiero que el misterio la niegue la hermosura asiática, para que reciba la hermosura humana de manos de su propio destino, de manos de la razon universal; de manos de la Providencia.

La más notable tendencia de su espíritu era la que la impulsaba con secreta pasión a amar la hermosura física, donde quiera que se encontrase.

Pero el tormento mayor de su destierro es la incertidumbre acerca de la fidelidad de Serafina. Esta última entabla pronto estrecha amistad con Margarita, pero su hermosura despierta pronto el amor del Duque.

¡Dorotea! por cierto. Como don Juan es joven y hermoso, con esa hermosura que deslumbra á las mujeres... No le conozco. ¡Oh! pues es un mancebo hermosísimo; ya ves: cuando en tres días ha llegado á ser marido de doña Clara Soldevilla, á quien todos, menos yo, creían de nieve, y ha enamorado á Dorotea, que no había amado nunca...

El estado de su alma; su voluntarioso amor por Quevedo; la manera cómo pensando en seducirle, en deslumbrarle, se había ataviado, todo lo cual la hacía resplandeciente, y luego el carácter particular de aquella aventura, en que una mujer enamorada lo arrostraba todo, la deshonra, y acaso la muerte, por el amor de un hombre, daban á la condesa un poderío terrible, tratándose de un hombre tan sensual y tan espiritual á un tiempo como Quevedo, que se sentía halagado por completo en los sentidos, en el alma y en el orgullo por aquella mujer, toda hermosura, toda alma, toda voluptuosidad, toda deseo, para él y sólo por él.

Y, queriendo leer otro papel de los que había reservado del fuego, lo estorbó una maravillosa visión -que tal parecía ella- que improvisamente se les ofreció a los ojos; y fue que, por cima de la peña donde se cavaba la sepultura, pareció la pastora Marcela, tan hermosa que pasaba a su fama su hermosura.

No has de extrañar, pues, que en medio de esta lucha, brote de lo hondo y como de la raíz de mi existencia, en que amo tanto el mundo y la vida, la imagen de la muerte, rica de hermosura y de poderosos atractivos, y trayendo en su mano paz y reposo.