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¡Venga, venga! exclamé con ansiedad, temeroso al mismo tiempo de que en efecto quisiera hacérmela pagar cara. No contenía más que dos renglones. Decía así: «Sigue usted tan gitanillo como antes. Después que salga del convento hablaremosEl efecto que me causó fue delicioso.

Para hacérmela aún más placentera, refirió Neluco algunos rasgos de aquel hombre singular, y entre ellos el siguiente, que le pintaba de pies a cabeza. En cierta ocasión se le ocurrió a un convecino suyo, que ya no era mozo, ir a mirar un poco por el ganado que tenía en el invernal, distante de Provedaño una jornada de medio día, a un buen andar por los altos montes, cara al Este.

Sirvo y he estado sirviendo muchos años al rey con mi dinero y mis fatigas, decía á los que le desalentaban; yo le pido ahora que me haga justicia y tiene que hacérmela.

Eso es lo que murmurabas durante tus largos silencios ... ¡Me hacías traición en pensamiento, antes de hacérmela en acción! Pero ¡yo te arreglaré! ¡Tengo sobre ti autoridad! Que usted se atribuye, pero que no existe. No tengo más dueño que mi marido.... ¡Yo te separaré de él! gritó la solterona en el colmo del furor. Desafío á usted á que lo haga. ¡Ah! ¿ me provocas?

No quise decir nada a Gloria; pero procuré con todas mis fuerzas que dejase de ir a aquella casa. Algo contribuyó también a hacérmela poco grata la escena inverosímil que una de aquellas noches presenciara en ella. Ha de saberse que el piano había desaparecido del salón.

Notaba yo que la pobre mujer estaba en aquellos instantes bajo la doble tortura de los sucesos mismos declarados, y del temor a lo que pudiera alcanzarla del mal juicio que yo hubiera formado de todo ello; inspirábame honda compasión, y con el fin de aliviarla un poco de ambos tormentos, la hablé así: En primer lugar, del dicho al hecho siempre hay gran trecho, y mucho más si los hechos son de la magnitud de éste que a usted la espanta; de manera que las amenazas de venir esta noche esos bandoleros a desvalijar a mi tío, se cumplirán... o no se cumplirán; y bien pesado y medido todo, quizás fuera preferible que vinieran, particularmente para usted, por aquello de que «muerto el perro, se acabó la rabia». En segundo lugar, con la confesión que usted me ha hecho, y ¡ojalá se le hubiera ocurrido hacérmela la primera vez que topó con su marido en la fuente! si no viene por aquí esta noche a liquidar todas sus deudas en una sola partida, tengo todo lo que necesito saber para obligarle, por la cuenta que le trae, a que abandone esta comarca callandito la boca y a buen andar por donde nadie le vea, y la deje a usted en santa paz por todos los días de su vida.