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De repente un aragonés se levantó en medio de la sala, y señalando al sitio donde se hallaba Lázaro con los demás llegados aquella noche, dijo: Presentes están algunos señores que han pertenecido á ese club. Todos miraron á aquel sitio. Bien dijo el orador. Si están ahí esos señores, que hablen, que nos digan lo que es ese club y qué ha hecho. Queremos oírles: que hablen.

Y piensas que yo no te he de tratar como una dócil ovejuela que eres ... Mira, no seas tonta: puesto que nos hemos de arreglar y es preciso mantener la opinión, bueno sería que echaras de tu casa á ese mozalbete, y que se fuera con sus versos á otra parte. Pues digo que no. Si hablan, que hablen; si injurian, que enjurien. Yo soy mujer de opinión. Jesús, Leoncia: ¿y no me haces ese gusto?

Ana se levantó, esperó a que el Magistral llegase en sus paseos al extremo del gabinete y dijo: No me ha comprendido usted.... Yo soy la que está sola... usted es el ingrato.... Su madre le querrá más que yo... pero no le debe tanto como yo.... Yo he jurado a Dios morir por usted si hacía falta.... El mundo entero le calumnia, le persigue... y yo aborrezco al mundo entero y me arrojo a los pies de usted a contarle mis secretos más hondos.... No sabía qué sacrificio podría hacer por usted.... Ahora ya lo ... Usted me lo ha descubierto.... Hablan de mi honra... ¡miserables! yo no sospechaba que se pudiera hablar de eso... pero bueno, que hablen... yo no quiero separarme del mártir que persiguen con calumnias como a pedradas.... Quiero que las piedras que le hieran a usted me hieran a ... yo he de estar a sus pies hasta la muerte.... ¡Ya para qué sirvo yo! ¡Ya para qué nací yo!

Y digo de conveniencia, porque en sus expansiones con el coronel solía decirle: «Me gustan los liberales porque con ellos hablan todos y de todo cuanto les da la gana. No estoy yo, como los otros, porque sólo hablen de ciertas cosas los que lo entiendenInstalado Simón en su pueblo, como sabemos, se guardó muy bien de ocuparse en otra cosa que en su familia y su negocio.

Tampoco hizo mal, en mi sentir, en ocultar su personalidad y en no mentar su yo, lo cual no sólo demuestra su humildad y modestia, sino buen gusto literario, porque los poetas épicos y los historiadores, que deben servir de modelo, no dicen yo, aunque hablen de ellos mismos y ellos mismos sean héroes y actores de los casos que cuentan.

Un capitán viejo se inclinó al oído de otro compañero de Consejo, y Gabriel oyó sus palabras: A estos señoritos que hacen discursos es a los que hay que sentar la mano, para que escarmienten y no hablen más de Tolstoi, de Ibsen y de todos esos tíos extranjeros que enseñan a tirar bombas. Gabriel pasó muchos meses aislado en su encierro.