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Actualizado: 12 de junio de 2025


El puerto de la Guayra no es un puerto, ni cosa que se le parezca; es una rada abierta, batida furiosamente por las olas, que al llegar a los bajos fondos de la costa, adquieren una impetuosidad y violencia increíbles. Hay días, muy frecuentes, en que todo el tráfico marítimo se interrumpe, porque no es materialmente posible embarcarse. Por lo regular, el embarco no se hace nunca sin peligro.

Su hermano, que es Rui Diaz, habitaba En Guayra en este tiempo, retirado De Irala, que con él mal se llevaba: Allí poblando se ha fortificado, Y de allí con su gente conquistaba Los indios, y en la tierra apoderado Procura atravesar á San Vicente, Con ánimo crecido y poca gente.

Castelhum bajó a Posadas sobre una agua de inundación que iba corriendo nueve millas, y que al salir del Guayra se había alzado siete metros la noche anterior. Tras gran sequía, grandes lluvias. A mediodía comenzó el diluvio, y durante cincuenta y dos horas consecutivas el monte tronó de agua. El arroyo, venido a torrente, pasó a rugiente avalancha de agua ladrillo.

Me he alojado en los hoteles de nuestra campaña, en cuyos cuartos los himnos de la noche son entonados por animales microscópicos y carnívoros; he llegado, en medio de la Cordillera, camino de Chile, a posadas en cuya puerta el dueño, compadecido sin duda de mi juventud, me ha dado el consejo de dormir a cielo abierto, en vez de ocupar una pieza en su morada; he dormido algunas noches en las postas esparcidas en la larga travesía entre Villa Mercedes y Mendoza; he pernoctado en Consuelo, comido en Villeta y almorzado en Chimbe, camino de Bogotá... pero nada, nada puede compararse con aquel Hotel Neptuno que, como una venganza, enclavaron las potencias infernales en la tétrica Guayra. ¿Describirlo?

Pronto fondeamos frente al puerto de La Guayra, pequeña ciudad recostada sobre los últimos tramos de la montaña y que, a lo lejos, con sus cocoteros y palmas variadas, presenta un aspecto simpático a la mirada. Allí nos despedíamos de aquellos que habían concluido su viaje, cuando un viejo amigo de Buenos Aires, el Dr.

Me entró frío mortal, porque, al notar la ausencia del ansiado Saint-Simon, pensé en el Hotel Neptuno, en el que tenía forzosamente que descender, por la sencilla razón de que no hay otro en la Guayra. Allí nos empujó nuestro negro destino y allí quedamos varados durante cinco días, cuyo recuerdo opera aún sobre mi diafragma como en el momento en que respiraba su atmósfera.

Fue entonces cuando comprendí todo el mal que me había hecho el retardo de cuatro días del Saint-Simon, sin contar con la permanencia en la Guayra, que, en calidad de sufrimiento pasado, empezaba a debilitarse en la memoria, sobre todo, ante la expectativa de los que me reservaba el porvenir.

En efecto, la pobreza, la suciedad de aquel pequeño pueblo, su insoportable calor, pues el sol, reflejándose sobre la montaña, reverberando en las aguas y cayendo a plomo, eleva la temperatura hasta 36 y 38 grados, y el abandono completo en que se encuentra, hacen de la permanencia en él un martirio verdadero. Pero todo, todo lo perdono a la Guayra, menos el Hotel Neptuno.

El ferrocarril de la Guayra a Caracas, es, a mi juicio, obra de trascendencia vital para el porvenir de Venezuela, así como el de la magnífica bahía de Puerto Cabello a Valencia. La nación entera debía endeudarse para dar fin a esas dos vías que se pagarían por si mismas en poco tiempo.

El nombre de mi patria, querido y respetado, fue el origen de la viva simpatía con que se me recibió. Nada impone más la gratitud que el afecto y consideración manifestados por la patria lejana. En el mar Caribe. Mal presagio. El Avila. De nuevo en la Guayra. El hotel Neptuno. Cómo se come y cómo se duerme. Cinco días mortales. La rada de la Guayra. El embarco. Macuto. Una compañía de ópera.

Palabra del Dia

deshice

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