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Actualizado: 27 de junio de 2025
Ella, después de mirar á un lado y á otro para convencerse de que su padre estaba lejos, dijo en voz baja, imitando el acento del norteamericano: ¡Gringo chapetón! ¡grandísimo torpe!... Si que me has hecho daño, y el lazo lo tiras rematadamente mal... Pero de todos modos me enganchaste con él, y como yo juré que sólo así conseguirías tenerme otra vez... aquí me tienes.
Este gringo, alto y rubio, siempre estaba serio y bebía sin compañeros. A nadie dijo que se llamaba Juan Ort, pero todos lo sabíamos. Además, llevaba en su lingera un vaso de plata con unos escudos de su familia real, y le gustaba beber en él á solas en su ranchito, porque era el vaso de cuando iba á la escuela. De pronto este vagabundo había desaparecido.
¡Mira que hago fuego! volvió á repetir el otro con voz aún más sombría. ¡Tira de una vez, hijo de perra!... Tú no eres escocés.... Tú eres.... No pudo seguir. ¡Ya que lo quieres!... Y el gringo apretó los dos gatillos al mismo tiempo. Una nube blanca se extendió ante sus ojos. Al disolverse el humo y extinguirse el doble trueno, vió á Morales tendido á sus pies.
Muy bien; él apreciaba también mucho á los escoceses. Y después de esto, como si solicitase la admiración del gringo, habló de sus hazañas y del respeto medroso con que le miraban todos. Lo sé, lo sé dijo el extranjero. Había oído hablar mucho del cabo don Morales, y su asombro era sincero, aunque algo molesto para el héroe.
Un hijo de doctor Zurita, que iba al frente sable en alto marcando el paso, gritaba con el imperio de una casa triunfadora: «A ver gringo, avanza un poco... Un... dos. Un... dos. Tú, gallego, hazte pa atrás». Fernando, apoyado en la barandilla a corta distancia de los músicos, seguía con los ojos el lento balanceo del castillo de popa, sobre el cual aleteaba una ronda de gaviotas.
Palabra del Dia
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