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Actualizado: 21 de octubre de 2025


El Marqués tenía a sus dos lados a la de Grevillois y a Sofía Jansien, y, mientras nos sentábamos, le decir: En 1590, una señorita La Fertè-Jonchère se casó con un caballero de Grevaulx-Loys, de donde debe de haber salido, después de varias alteraciones de lenguaje, la familia de usted: Grevaulx-Loys... Greville-Loys... Grevillois... ¿Comprende usted?

Lacante suspiró, y dirigiéndose a Elena, que se había sentado a su lado en una silla baja, le dijo: No te extrañe la turbación de Máximo, pues tiene la mente muy lejos del Colegio de Francia... Viene a participarnos su casamiento con Luciana Grevillois. ¡Luciana!... Elena dijo ese nombre como un grito.

No soy hombre de hacerme el restaurador de las virtudes desportilladas.» ¡De quién fiarse, Señor!... Elena al Padre Jalavieux. Tengo una gran pena, mi buen señor cura. ¡Máximo de Cosmes se casa con Luciana Grevillois!

Bendiga usted a esta su hija, mi buen señor cura, y deséele prudencia y salud. Máximo a Su hermano. 5 de septiembre. La de Grevillois y su hija se han instalado en la «Villa del Lys», y Luciana ha bosquejado ya el retrato de la «patronacomo llamamos a la Marquesa. Creo que está muy parecido, demasiado casi, y preveo que a Luciana le costará trabajo contentar a su modelo.

Me asió apasionadamente ambas manos, pues la de Grevillois acababa de abrir la puerta para recordar a su hija que era hora de salir. Probaré dije muy bajo a Luciana cuando vino a abrazarme. La de Grevillois y la señora Schwartz estaban de pie esperando que acabase nuestra despedida.

Me ocurre una gran aventura, en la que me he comprometido un poco a la ligera y sin saber cómo saldré. He aquí la historia, señor cura. Ayer noche comimos en casa de la Marquesa de Oreve con las señoras de Grevillois, la de Jansien y unos cuantos hombres, entre los cuales estaba Gerardo Lautrec. Tratábase, justamente, de una comida de despedida antes de su gran expedición a través del mundo.

La Marquesa de Oreve está todavía en Vaucresson por unos días; Máximo se ha marchado ayer a Bélgica para dar unas conferencias, y el señor Lautrec se va muy pronto a no qué lejanas regiones, en las que parece que se estará dos o tres años. Lo echaremos de menos, porque es amable y alegre. La de Grevillois y su hija han vuelto a su cuartito de la calle de Verneuil.

Lo comprendí y me marché a casa para saladar a la Marquesa de Oreve. La señora de Grevillois, que estaba al lado de la ventana trabajando activamente en su bordado, me interpeló al pasar para reprocharme graciosamente que dejase sola a Luciana.

En el comedor, me encontré al salir con la de Grevillois, que estaba poniendo su modesta mesa. ¿Qué ocurre? exclamó al ver mi cara descompuesta. Luciana se lo dirá a usted. Besé con respeto aquella mano laboriosa y arrugada y pasé aquel umbral que no veré más, dejando detrás de los sueños febriles de un año y las ruinas de mi tardía juventud. Ya estoy libre... pero solo...

Usted lo acompañará necesariamente. Cuando me retiraba, me volvió a llamar: No tema usted por Luciana; no le diré nada desagradable, aunque retiraré mi cabeza de entre sus manos crueles. Hasta muy pronto, hija mía. En el jardín seguía el señor Lautrec afilando lápices a Luciana, que ya no dibujaba. La de Grevillois, en la ventana, clavaba asiduamente la aguja en el cañamazo.

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