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Actualizado: 26 de mayo de 2025


El torero bebía una caña, ofrecía otra a la novia, y decía al muchacho: Di a esos señores que muchas grasias y que pasaré por la tienda en cuanto acabe... Dile también al Montañés que no cobre, que Juan Gallardo lo paga too.

Gallardo se separó de doña Sol, que contemplaba los preparativos de marcha del bandido con sus ojos indefinibles y la boca pálida, apretada por la emoción. El torero rebuscó en el bolsillo interior de su chaqueta y avanzó hacia el jinete, tendiéndole con disimulo unos papeles arrugados dentro de su mano. ¿Qué es eso? dijo el bandido . ¿Dinero?... Grasias, señó Juan.

Y los mascarones, apoyando la diestra en el machete viejo o el cuchillo de cocina que llevaban al cinto para «estar más en carácter», sonreían agradecidos. Ich danke... Mochas grasias. Algunos comían entre sudores de angustias, disfrazados de derviches con mantas de cama. Un grave alemán se había puesto el chaleco salvavidas que guardaba todo camarote por precaución reglamentaria.

Contoneábase con arrogancia, chupando el puro que llevaba en la mano izquierda; movía las caderas al andar bajo su hermosa capa, pisando fuerte, con una petulancia de buen mozo. ¡Vaya, cabayeros... dejen ustés paso! Muchas grasias, muchas grasias.

Y Gallardo, sintiendo en su deslumbramiento la necesidad de contestar algo, tartamudeó, como si saludase a un aficionado: Grasias. ¿La familia güena?... Una discreta carcajada de doña Sol se perdió entre el estrépito de las herraduras que resbalaban sobre las piedras con los primeros pasos. Puso la dama su caballo al trote, y todo el pelotón de jinetes la siguió, formando escolta en torno de ella.

Otra ovación a Gallardo cuando descendió del coche, seguido de sus banderilleros. Manotazos y empellones para salvar su traje de sucios contactos; sonrisas de saludo; ocultaciones de la diestra, que todos querían estrechar. ¡Paso, cabayeros! ¡Muchas grasias!

Cuando dejó puesto el par, unos aplaudieron en el vasto graderío y otros increparon al banderillero con tono zumbón, aludiendo a sus ideas. ¡Menos política y «arrimarse» más! Y el Nacional, engañado por la distancia, al oír estos gritos contestaba sonriendo, como su maestro: Muchas grasias, muchas grasias.

Era una digestión de boa, de estómago acostumbrado a nutrirse irregularmente, con prodigiosos atracones y largas épocas de ayuno. Gallardo le ofreció un cigarro habano. Grasias, señó Juan. No fumo, pero me lo guardaré pa un compañerito que anda por er monte, y el probe apresia más esto der fumá que la misma comía. Es un mozo que tuvo una desgrasia, y me ayuda cuando hay trabajo pa dos.

Palabra del Dia

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