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Actualizado: 19 de julio de 2025
Tengo miedo; a veces los malos se agravan de pronto murmuró tristemente la joven. Luego, creyendo haber encontrado un argumento decisivo, añadió: Además, estoy segura que mamá no querrá salir de casa. Todo puede arreglarse propuso Huberto conciliante, ofreceré dos sillas en el palco a la señora Gardanne y a su hija.
Y es por una serie de razonamientos semejantes, usuales en las jóvenes extremadamente prácticas, que no se preocupan de encontrar el amor en el matrimonio por lo que mi prima se ha decidido a amarme. ¡Oh! considero a Diana Gardanne incapaz de hacer tales cálculos. Estás equivocado. Por disfrutar de fortuna, sospecho que está decidida a todo. ¿La perspectiva de casarte con ella te asusta?...
María Teresa no acertaba a juzgar la conducta de su novio, y no se resolvía por lo tanto a romper con él, cuando una conversación la iluminó y le suministró la solución que buscaba. Desde que su querido enfermo estaba fuera de peligro, ella y su madre recibían a las personas que iban a informarse de la salud del convaleciente. Entre las más asiduas se contaban a la señora Gardanne y su hija.
En el jardín, Diana volvió a dar bromas a Huberto sobre su deserción: Alicia de Blandieres le haría pagar caro semejante proceder. La señorita de Gardanne preveía complacientemente todo el trabajo que tendría en hacerse perdonar por su amiga cuando Huberto la encontrase en sociedad.
De esta manera, no hay miedo de equivocarse, ni sobre el carácter, ni sobre la salud, ni sobre la fortuna. El mundo contempla el suceso con enternecimiento. Me parece que oigo los cuchicheos: «¿Saben ustedes la nueva? ¡Diana Gardanne se casa con su primo! ¡Oh! ¡querida mía, esto es delicioso! ¡Un casamiento por amor!
La pobre señora Aubry, que no tenía las mismas razones que María Teresa para recibir alegremente estas confidencias, quedó desolada. Cuando la señora Gardanne y Diana hubieron partido, llamó a su hija, y su aire afligido probó a María Teresa que su tía y su prima se habían complacido en hacer el mismo relato.
Después de contestar, Huberto, incomodado, se echó un poco hacia atrás. Entonces la señora Gardanne, como si hubiera querido prevenir una querella de enamorados, dijo en tono conciliante: ¡Es un trastorno tan grande, un enfermo en una casa! Muchas gracias, tía; pero no necesito ser excusada declaró fríamente María Teresa. El telón se levantaba y todo el mundo calló.
El telón caía, terminando el primer acto, cuando María Teresa y Jaime hacían abrir el palco de Huberto. Al entrar fueron recibidos por las exclamaciones de Huberto, de la señora Gardanne y de su hija. ¡Al fin llega usted! dijo Martholl, ayudando a María Teresa a quitarse el abrigo, mientras su tía agregaba: ¡Era tiempo!
¡Esto no es posible, me hace una comedia! se decía ante los ojos risueños que la miraban; no se recibe de esa manera la noticia de la mala conducta de un novio. En otro rincón del salón, la señora Gardanne, de muy buena fe, ponía un celo no menos caritativo en instruir a su cuñada del encuentro que había hecho Bertrán en las carreras de Ascot.
La verdad es que no me gustaría dejar de ser Diana Gardanne para convertirme en la señora Durand, la señora Dupont o la señora Boucher; se me figura que tendría un aire de vulgaridad espantosa. Pues yo, cuando he soñado en las cualidades que pudiera tener mi marido, nunca he formulado el deseo de que esté adornado con un nombre decorativo. ¡Ahí viene mamá! ¡Buen día, tía! exclamó Diana.
Palabra del Dia
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