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Actualizado: 1 de junio de 2025
El marqués no inventó la pólvora, es cierto que no, y la moza se distraerá con los de su clase cuanto quiera, dígalo el bailoteo en la gaita de hoy; pero no iba a tener la desvergüenza de pegársela en sus barbas, con el mismo capellán.... Hombre, no hagamos tan estúpido al marqués. Julián se volvió, más bien arrodillado que sentado en la grama, con los ojos abiertos de par en par.
Ello es que se le venían con frecuencia suma impulsos de tratar a Amparo como a las chiquillas de su aldea, las tardes de gaita; de pellizcarla, de soltarle un pescozón cariñoso, de echarle la zancadilla, de darle un varazo suave con la recién cortada vara de mimbre. Pero tan osados pensamientos no llegaban a realizarse nunca.
Una muchedumbre vestida de día de fiesta discurría por él entrando y saliendo de la iglesia, parándose delante de los puestos de bebidas, comprando frutas y confites ó agrupándose en torno de los bailarines. Debajo de un hórreo próximo al templo sonaban la gaita y el tambor y allí más de dos docenas de mozos y mozas se entregaban con furor al baile.
La gaita y el tambor se perdieron por las retorcidas callejuelas de la aldea. Demetria, disipada ya por entero la nube de tristeza que sombreaba su alma, corrió á vestirse.
Esos instrumentos eran mas bien de lujo, porque el currulao de raza pura no reconoce sino la gaita, el tamboril y la curruspa.
Fogoneros libres de servicio, rubios muchachotes vestidos de blanco, permanecían erguidos en medio de esta muchedumbre, contemplando de lejos, tímidos y sonrientes, a ciertas beldades morenas, como si esperasen hacerse entender con su inmovilidad silenciosa. En el fondo, junto al castillo de proa, continuaba sonando la gaita invisible su gangueo pastoril.
Mientras esto ocurría en la pomarada del capitán, el castañar en declive que casi circunda la pequeña iglesia de Entralgo hervía de gente y regocijo. Al lado de los árboles se habían colocado bastantes tenderetes para vender vino y sidra: en torno de ellos departían bebiendo los hombres maduros. En la parte más llana se había organizado un animado baile al son de la gaita y el tambor.
En uno de los ángulos del prado se hallaba el grupo de los bailadores que movían las piernas con ligereza al son de la gaita y el tambor, rodeados de otro grupo más numeroso de curiosos. Pero lo que más atraía la vista era un gran nogal, colocado casi en el centro del campo, que por lo espeso de sus hojas y lo bien recortado semejaba una enorme planta de albahaca.
Había hombre que pasaba una hora repitiendo sin cesar: «¡No hay derecho a meterse en la vida privada de nadie!» o bien: «Eso sucederá en Alemania, ¡pero como estamos en España!»... Alguno era, todavía más breve, y gritaba siempre que le dejaban un hueco: «¡Chiflos de gaita! ¿sabéis? ¡chiflos de gaita!» hasta que caía exánime en el diván.
Si la llevaban de paseo por los alrededores de la ciudad, deteníase á contemplar con éxtasis las tierras plantadas de maíz y daba su opinión en voz alta sobre el resultado de la cosecha; lanzaba gritos de admiración delante de algún prado feraz; saltábansele las lágrimas si oía el tañido lejano de la gaita.
Palabra del Dia
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