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Después, acercándose á Mercedes, la preguntó familiarmente por lo bajo: ¿Y Gabino? ¿Cómo no viene? ¿Gabino? respondió la salada muchacha haciendo un mohín desdeñoso. ¡Dale memorias!... Nada tengo ya que partir con él. Mostróse sorprendido y no quiso creerlo: disimulos de mocitas y nada más. Pero la niña insistió con ahinco y formalidad, dió pormenores, citó testigos.

El brioso y denodado ayudante de marina, pudo continuar su campaña civilizadora sin peligro de nuevas celadas. Sinforoso no se retiraba, sin embargo, a su casa sin ir acompañado de él o de otro amigo, perfectamente armados ambos. Pero Gabino Maza, el eterno disidente, supo aprovechar maliciosamente aquella ruptura con la Iglesia, para sobresaltar las conciencias de algunos vecinos.

No era pura galantería ó gratitud lo que le impulsaba á ello. Había también su parte de vanidad, porque Mercedes tenía novio, y éste, que era un mancebo casi imberbe, no mal parecido, llamado Gabino, andaba celoso, desesperado, desde que viera que su novia coqueteaba con Velázquez.

La plática comenzó á ser suave y cordial y entreverada de risas. La reconciliación estaba hecha. Al cabo de un momento Gabino pudo observar, sin embargo, que Soledad tornaba á ponerse seria. Antonio la instaba con dulzura: ella negaba vivamente haciendo repetidos signos con la cabeza. Excitada su curiosidad, el mancebo permaneció inmóvil á ver en qué paraba y lo que aquello significaba.

Gabino permaneció quieto y manifestó con calma: Ya que no le importa reñir, que tiene usted corazón y no ha de temer á un pobre muchacho como yo... Pero al ponerme delante de usted bien puede figurarse qué desesperado estaré... Quiero á esa mujer más que á las niñas de mis ojos, y por ella, no digo delante de usted, delante de un cañón cargado de metralla me pondría.

En cuanto al macelo público don Rosendo se preguntaba con sorpresa cómo la villa podía consentir que existiese un foco de inmundicia como el actual, que era «un verdadero padrón de ignominia». Gabino Maza había estado escuchando con marcado desdén y disgusto desde su butaca, a cuantos habían hecho uso de la palabra. Revolvíase como si el asiento tuviese pinchos.

Puede abrir la puerta á un toro de Veragua si gusta... De todos modos, gracias por el aviso, Gabino, y buena suerte. No era sincero aquel desprecio. La noticia le llegó al alma, porque si bien conocía las relaciones de su querida con Antonio, tenía por cierto que no habían alcanzado tal grado de madurez.