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Actualizado: 22 de octubre de 2025


Ganaban diez reales, un jornal exorbitante comparado con el de los gañanes de los cortijos; pero sus familias vivían en la ciudad, y, además, ellos se pagaban la comida, asociándose para adquirir el costo, el pan y la menestra que todos los días traían de Jerez en dos caballerías.

No había quien no se aturdiese bajo la oquedad de aquella puerta, donde los gañanes se complacían en hacer estallar sus alaridos, y los cencerros pastoriles resonaban como esquilones.

La enferma animábase también con la presencia de los compañeros de trabajo, aquellos gañanes que antes de comer su gazpacho de la noche pasaban un momento ante ella, esforzándose por infundirla ánimo con rudas palabras. El temible Juanón la hablaba todas las noches, proponiendo curaciones enérgicas, propias de su carácter: lo que necesitas es comer, chiquiya; trajelar.

Partió Rafael de Marchamalo, dejando a su novia menos iracunda, pero llevaba en el pensamiento, como una aguda pesadumbre, la aspereza con que le despidió María de la Luz. ¡Cristo, con el señorito! ¡Qué de disgustos le proporcionaban sus diversiones!... Volvía lentamente hacia Matanzuela, pensando en las caras hostiles de los gañanes, en aquella muchacha que se moría rápidamente, mientras allá en la ciudad, los desocupados hablaban de ella y de su susto con grandes risas.

Varios gañanes de la dehesa le reconocieron y, desde entonces, las miradas se tornaron cada vez más hostiles. Una tarde, de vuelta a su casa, al pasar junto a unos árboles, por detrás de la iglesia de Santa Cruz, oyó de pronto una fuerte detonación y a la vez breve silbido que pasó por encima de su cabeza. Volvió la mirada. A su izquierda, blanca y redonda nubecilla flotaba en el aire.

Y los gañanes, según confesión de Zarandilla, «se dejaban querer», rezaban y bebían, fisgándose un tanto del amo con burlona gravedad, y llamándole «primo». La larga permanencia de Zarandilla al lado de Salvatierra, y la curiosidad que éste inspiraba, acabaron por vencer el apartamiento de los gañanes. Algunos se aproximaron, y poco a poco fue formándose un corro en torno del rebelde.

Los gañanes, al volver a Matanzuela no vieron al amo.

Rafael no osaba aconsejar a la familia, ni entraba a ver a la enferma más que a las horas de trabajo, cuando los gañanes estaban en el campo. La enfermedad de Mari-Cruz y la juerga del señorito en el cortijo le había colocado en una situación violenta con toda la gente de la gañanía.

Nada: que se quedaba con él; así le gustaban los hombres. Te colocaré en mi cortijo de Matanzuela dijo acariciando con amistosas palmadas a Rafael, como si fuese un nuevo discípulo. El aperador que tengo es un viejo medio cegato, del que se ríen los gañanes. Y ya sabemos lo que son los trabajadores: ¡mala gente! Con ellos, el pan en una mano, y el garrote en la otra.

Después eran gañanes, trabajaban la tierra, entregándose a la faena con el entusiasmo de la juventud, con la necesidad de movimiento y el alarde fanfarrón de fuerza, propios del exceso de vida. Derrochaban su vigor con una generosidad que aprovechaban los amos. Estos preferían siempre para sus labores la inexperiencia de los mozos y de las muchachas.

Palabra del Dia

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