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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Las justas y los torneos, Paramentos, bordaduras y cimeras, ¿Fueron sino devaneos? ¿Qué fueron sino verduras De las eras? ¿Qué se hicieron las damas, Sus tocados, sus vestidos, Sus olores? ¿Qué se hicieron las llamas De los fuegos encendidos De amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, Las músicas acordadas Que tañían? ¿Qué se hizo aquel danzar, Aquellas ropas chapadas Que traían?»
Va a caer una lluvia de oro sobre toda la comarca... ¡Un movimiento! ¡un barullo! carruajes de cuatro caballos, postillones empolvados, rally-papers, paseos, bailes, fuegos artificiales... Y aquí en el bosque, en este mismo camino que llevamos, encontraré quizá a París dentro de poco.
Entraba por la ventana un torrente de luz, y la estancia, casi obscura, se iluminó con melancólica claridad lunar. Los fuegos habían terminado. Centenares de cohetes de arranque, disparados a la vez, salían del atrio.
Observó con el rabillo del ojo a su doncella, y cuando la vio más absorta en la contemplación de los fuegos que se estaban quemando, maniobró hábilmente y se alejó de ella ocultándose entre la gente. Una vez sola, se detuvo otra vez.
Llegamos a la tienda de «La Legalidad». ¿Entras? me dijo. ¿Quieres un refresco? No; voy a tomar chocolate con las tías, y luego a casa de don Carlos. ¿A qué hora saldrás de allá? Después de los fuegos, o, si puedo, antes. Te aguardaré en la esquina de la parroquia. Pasa por mí a la casa del señor Fernández. No.... ¿Por qué no?
Se están preparando para la fiesta de esta noche dijo Maltrana . Gran baile de disfraces, y durante la comida más mojigangas como la del bautizo. El día se prolongó con una monotonía abrumadora. Brillaban aún en el horizonte los últimos fuegos solares, cuando las trompetas anunciaron el banquete.
Situáronse á un cuarto de legua del pueblo, y al amanecer del siguiente día se vieron brillar á lo lejos las bayonetas de los franceses. La guerrilla les hostilizó con fuegos esparcidos: al principio, los franceses vacilaron con la sorpresa; mas repuestos un poco, atacaron á los nuestros. El combate fué encarnizado. Elías y Chacón se miraron con angustia.
Había momentos, al contrario, en que el ruido se debilitaba casi hasta el silencio, y entonces oíase cualquier palabra aislada que se pronunciase en el otro extremo del salón; pero inmediatamente el ruido se hacía más intenso; intermitente, irregular, parecía subir una escalera de escalones ruinosos y caer, para seguir subiendo luego, dispersándose al cabo, como los fuegos artificiales, en mil chispas multicolores, rojas, verdes, amarillas.
Habíamos avanzado algo, gracias a la habilidad del práctico que logró encontrar un pequeño paso, pero fue para detenernos un poco más arriba de Barranca Bermejo, donde definitivamente nos amarramos con cadenas a los troncos enormes de la orilla, se apagaron los fuegos y quedamos a la gracia de Dios. Así estuvimos tres días.
Deslizándose sobre las rocas, introduciéndose en las cavernas, dormitando medio enterrada en la arena, toda la varia y tumultuosa nación de los crustáceos movía sus herramientas cortantes y tentaculares, hacía brillar sus armaduras japonesas, unas teñidas de rojo casi negro, como si guardasen la sangre seca de un lejano combate, otras de fresca escarlata, lo mismo que si reflejaran en su dureza los primeros fuegos de la aurora.
Palabra del Dia
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