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Actualizado: 20 de junio de 2025


El suceso ocurrió en 1806. El día de la Trinidad, por la mañana, se presentó a la vista de la ciudad de Ibiza una fragata con bandera inglesa, dando bordadas, fuera del alcance de los cañones del castillo. Era la Felicidad, el navío del italiano Miguel Novelli, apodado «el Papa», vecino de Gibraltar y corsario al servicio de Inglaterra.

Veíamos la entrada de alguna fragata o de algún bergantín que venía con el atoaje. Luego, al avanzar la tarde, nos dirigíamos a casa por la muralla dando la vuelta a una punta que, si no recuerdo mal, se llama de San Felipe. Veíamos las baterías con sus cañones, avanzábamos por el adarve a mirar por los huecos de las almenas. Tardábamos todo lo más posible en entrar en casa.

Viendo esto Andrea de Gonzaga, envió una fragata á dar aviso al Visorrey de lo que pasaba y de la poca gente que había, porque, sin los muertos, se huían cada día muchos soldados y marineros, tanto que había muchas naves que no podían navegar por falta dellos. Pasaron veinticinco días que no tuvimos aviso de las galeras ni se supo dónde estaban.

Cuando en él desembarcan, tía Nisca se deja caer en el umbral de la primera puerta que hallan al paso. Con los codos sobre sus rodillas, la cabeza entre las manos, los ojos fijos en la fragata y la cara inundada en llanto, espera inmóvil, como una estatua del dolor, á que el buque desaparezca.

Hermano Saavedra, si te arreas De ser predicador, esta no es tierra Do alcanzarás el fruto que deseas. Dexate deso, escucha de la guerra Que el gran Felipe hace, nueva cierta, Y un poco el pesar de ti destierra. Dicen que una fragata de Biserta Llegó esta noche, y alli viene un cautivo Que ha dado vida á mi esperanza muerta.

En resumen, la lucha terminó felizmente, porque los ingleses comprendieron la imposibilidad de represar al Santa Ana, a quien favorecían, a más de los tres navíos indicados, otros dos franceses y una fragata, que llegaron en lo más recio de la pelea.

Pero al mismo tiempo levantaron el grito algunos moros, que por casualidad estaban cerca; se retiró la fragata, y poco después hizo otra tentativa de desembarco, más desgraciada que la primera, y cayó en poder de los moros.

El caso fué que mi madre recibió una carta de Cádiz, en la que decían que era conveniente que yo volviese cuanto antes. Allí nadie me supo decir quién había escrito esta carta. Todavía faltaba cerca de un mes para la salida de la fragata Maríbeles, donde tenía que embarcar. Siempre me inspiró más temor que otra cosa. Yo no sospechaba el estado de la Shele.

Al saber esto me entró una desesperación profunda. Intenté marcharme del barco; pero el capitán notó algo en , y no me lo permitió. Tenía que zarpar la fragata, y hubo que seguir adelante. Los seis meses de viaje a Filipinas los pasé desesperado. Mi cólera y mi rabia llegaban a ponerme como enloquecido, y una porción de ideas furiosas me venían a la imaginación.

Nuestra fragata tenía las velas con más agujeros que capa vieja, los cabos rotos, cinco pies de agua en bodega, el palo de mesana tendido, tres balazos a flor de agua y bastantes muertos y heridos.

Palabra del Dia

rigoleto

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