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Actualizado: 13 de julio de 2025


Una finca cómoda que produzca un poco más de lo necesario, un jardín no muy vasto, pero bien ordenado; un bosque, tampoco no muy grande, por el cual pueda pasear mis ensueños; una casita modesta, lo que no impide que pueda ser elegante; y a mi alrededor una hermosa naturaleza, una variedad pintoresca de sitios solitarios, una campiña fecunda que pueda nutrir a sus habitantes, y, si es posible, que me sea dable aliviar la miseria que vea; ¿qué hace falta más para ser dichoso?

Cruzamos la bahía de Cádiz, desembarcamos, atravesamos las calles del Puerto de Santa María, en coche, y llegamos a la finca del amigo del marqués, a eso de las dos de la tarde. Hacía un tiempo de invierno admirable; los padrinos midieron veinte pasos dando unas zancadas enormes; nos dieron las pistolas, disparamos, y al mismo tiempo que el fogonazo sentí un golpe que me derribó al suelo.

La gente de la finca, Duchêne, Anita, Robin, Dubourg, formando un semicírculo, miraban a Gaspar con aire extático; Luisa llenaba de vez en cuando la copa; la madre Lefèvre, sentada cerca del horno, revolvía la mochila y, al no ver mas que dos camisas viejas muy sucias, con agujeros como puños, unos zapatos torcidos, betún para la cartuchera, un peine con sólo tres púas y una botella vacía, levantó las manos al cielo y se apresuró a abrir el armario de la ropa blanca, murmurando: ¡Señor! ¿Cómo extrañarse de que muera tanta gente de miseria?

Su único error fue abominar del matrimonio, despreciando los excelentes partidos que sus amigos le proponíamos. Los últimos años vivió en un cortijo llamado las Higueras de Juárez... Lo conozco. Esa finca fue de mi abuelo.

En cuanto á caza, ni con hurones se encontraba, por atravesar la finca una servidumbre desde principios del siglo, en que huyó de allí el último conejo de que hay noticia. Los dinerillos le producían, salvos disgustos, apremios y tardanzas, unos tres mil realejos. Así es que Su Excelencia no poseía más que gloria y un inmenso caudal de metáforas, que gastaba con la prodigalidad de un millonario.

Compramos una finca, y al año la subida de los productos triplica su valor; adquirimos un erial, y resulta que el subsuelo es un inmenso almacén de carbón, de hierro, de plomo... ¿Qué quiere decir esto, Marqués?

Figúrese usted, señor mío, que me acercaba a mi casa de los Cigarrales, y la visión era tan perfecta que todo estaba delante de claro, vivo, verdadero. Una soledad tristísima envolvía mi finca. Ni mis hijos, ni mis criados aparecían por ninguna parte.... Me acerco más, miro a las ventanas y las ventanas me miran con ceño.

Doña Luisa poseía un magnífico cafetal en las vertientes del Banajao, y tan luego fué prescrito á la enferma la vida del campo, su solícita madre dió órdenes para que se alojara y dispusiera la casa que se alzaba en el centro de la hacienda. Nada de cuanto constituye lo necesario y representa lo supérfluo faltaba en la finca.

La resistencia y la fuga eran imposibles. Gómez de Aguilar tenía que rendirse. ¿Dónde están sus hijos? preguntó Aliatar a D. Pedro. He venido solo, porque no podía creer que se atreviese 15 Vd. a llegar hasta aquí. Sonrió el viejo alcaide, enseñando unos dientes todavía blancos y replicó: Me habían ponderado mucho su finca y tenía deseos de conocerla.

No dejó de caerme en gracia el ridículo personaje, y al bajar al patio y verlo desde allí, noté que se hallaba emplazado sobre el corredor, precisamente encima del sitio en donde a aquel daba acceso a la puerta-ventana de mi dormitorio. La huerta de la finca, extensa y feraz, llamó mi atención por su aspecto oriental, debido en gran parte, a una alberca con surtidor que en ella había.

Palabra del Dia

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