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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Un grupo de cinco o seis niñas, entre las cuales estaba Esperancita, hablaba animadamente con algunos pollastres. Cobo Ramírez y nuestro inteligente amigo Ramoncito Maldonado, eran dos de ellos. Difícil es exponer las ideas que entre aquella florida juventud se cambiaban. Todas debían de ser muy finas, muy alegres, muy intencionadas, a juzgar por la algazara que producían.

Este estudiante ocupaba en aquella casa, para solo, dos habitaciones lujosamente amuebladas, tenía criado y cochero para cuidarle su araña y sus caballos. Era de gallardo continente, maneras finas, elegante, y riquísimo.

Las primeras noches intentaron algunos chuscos divertirse a costa suya; pero advertidos de que tenía mal genio, le dejaron en paz; en cambio, los señoritos que pretendían acercarse a Cristeta solicitaban su conversación, llamándole don o señor de; y él, no acostumbrado a que gente tan bien vestida le tratase de igual a igual, acabó por creer que para codearse con personas finas era necesario andar entre bastidores.

En el hotel que habitaba en Munich encontró a miss Mary Gordon, a la que había visto antes en el teatro de Wagner. Era una inglesa alta, esbelta, de pocas y finas carnes; un cuerpo de gimnasta, en el que los deportes habían contenido las amenas redondeces femeniles, dándola un aspecto juvenil, sano y asexual de bello muchacho.

Sus ojos tornaron al cabo a brillar sonrientes, y una ola de leve carmín se esparció por sus mejillas. Dio algunos pasos con pie vacilante y se paró al fin a la puerta de la alcoba. Con una mirada intensa abrazó cuanto en ella había. El lecho del sacerdote era pequeñito, de madera blanca; blanca también la colcha que lo cubría; las almohadas y las sábanas finas, pero sin encajes.

Levantose, y murmurando no se sabe qué palabras, aunque es de suponer no serían de las más finas, tomó el pesado hierro y se puso a planchar con verdadera furia. Miquis se fue sin añadir una palabra, y D. José le siguió hasta la escalera con las manos cruzadas, el mirar compungido y suplicante.

Los hombres, salvo dos, parecían personas distinguidas. Vestían chaqueta y hongo; pero sus manos eran finas y llevaban en los dedos sortijas de valor. Casi todos estarían entre los treinta y los cuarenta. Dos eran claramente de clase baja, que alternaban. Las tres mujeres tampoco había duda que pertenecían a la vida airada.

Pues bueno será que no beban un trago más, porque antes de que cierre la noche me propongo darles tarea cumplida, lanzándolos con mi gente sobre esos piratas normandos y genoveses de quienes habréis oído hablar. Y que llevan consigo buena provisión de caviar y finas especias de Levante y otras golosinas apetitosas que me prometo gustar, dijo el corpulento noble relamiéndose los labios.

Seis años de vida en Nueva York habían desfigurado á esta joven mejicana, dándole otras costumbres y hasta un aspecto físico completamente diferente. Los personajes de la ciudad la protegían, seducidos por sus finas maneras y por la sencillez con que hablaba de unos estudios que sólo conocían ellos de oídas.

Todo lo que quieran saber les vamos a decir, y de modo que lo entiendan bien, con palabras claras y con láminas finas. Les vamos a decir cómo está hecho el mundo: les vamos a contar todo lo que han hecho los hombres hasta ahora.

Palabra del Dia

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