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Actualizado: 30 de junio de 2025
Pero Fray Diego de Berguén tenía en mucho la buena disciplina de la comunidad para permitir que ésta quedase bajo la impresión de la rebeldía triunfante del novicio; así fué que convocando nuevamente á los hermanos les dirigió una filípica como pocas, comparando la expulsión del iracundo Tristán á la de nuestros primeros padres del Paraíso, llamando sobre él los castigos del cielo y advirtiendo de paso á sus oyentes que si algunos de ellos no mostraban más celo y obediencia que hasta entonces, la expulsión de aquel día no sería la última.
Le tenía cogido por un brazo, y cada una de estas frases iba acompañada de una fuerte sacudida. Cuando hubo concluido su filípica, le dejó llorando en el rincón y se fue detrás de Eulalia, que se había subido de nuevo al cuarto, para cerciorarse del número y de la clase de estragos allí ejecutados.
D. Félix lo había oído y salió pensando que era un ladrón. Todos en la casa se levantaron; un verdadero escándalo. Aquello no se lo perdonaba. Jacinto oyó la filípica estupefacto. Negó rotundamente que hubiera estado en Entralgo ni menos que se hubiera atrevido á llamar en el balcón de su cuarto. Flora no quiso creerlo.
Total; que cuando acudas pidiendo socorro ya será tarde, y esas personas te dirán: 'Entiéndete ahora, húndete, y cúbrete de vergüenza y date a los demonios'». Pronunciada esta elocuente filípica, continuó la señora un buen espacio de tiempo dando resoplidos, y Fortunata no levantaba los ojos de su costura.
La confusión entonces llegó á su término. El orador continuó su filípica; pero la continuó excitando al pueblo á que no cediera en su empeño de verificar la manifestación. Estaba lívido, anhelante, y cada palabra suya era como un latigazo que estimulaba á la muchedumbre á seguir adelante.
En Sarrió no hallaría un muchacho mejor que él. Nadie tacharía, seguramente, el matrimonio de desproporcionado. ¿O es que esperaba un príncipe de la sangre?... Pues que no se descuidara mucho, porque la juventud de las mujeres pasa pronto, y se han llevado en estos asuntos bastantes chascos...» La joven escuchó la filípica de su cuñado hasta el fin, sin mover un dedo siquiera.
Una joven de quince años, catorce oficialmente, se adelantó, y colocada cerca de la mesa recitó con desparpajo una filípica un tanto moderada por los eufemismos de la retórica jesuítica, contra los materialistas modernos, que negaban la inmortalidad del alma.
Confeccionada la medicina en un dos por tres, volvió Ballester a coger la vara, y continuó la filípica de este modo: «Lo mismo que la tontería en que ahora ha dado... que le van a quitar su honor; que entran hombres en la casa... que por todas partes se le tienden asechanzas a su honor... ¡Qué melodramáticos estamos y qué simples semos!
Increpad á un indio sobre el no cumplimiento de sus deberes, y si á la última frase de la filípica os contesta con un yo cuidado, aquella frase es la atrición completa de la enmienda.
Palabra del Dia
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