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-Pues, ¿para qué quiere vuestra merced desnudarse? -dijo Dorotea. -Para ver si tengo ese lunar que vuestro padre dijo -respondió don Quijote. -No hay para qué desnudarse -dijo Sancho-, que yo que tiene vuestra merced un lunar desas señas en la mitad del espinazo, que es señal de ser hombre fuerte.

Subía y bajaba la voz y la ahuecaba como un consumado artista; llevaba las manos trémulas al pecho, las agitaba en el aire y doblaba el espinazo aunque estuviese diciendo cualquier cosa natural y comente, sólo porque Castelar y Moreno Nieto lo hacían en los pasajes patéticos; terminaba muchas veces los períodos con las palabras «tribunal de la historia», «las leyes indeclinables del progreso» o «la emancipación de los pueblos», abriendo mucho la e de pueblos, como era moda entonces.

¡, , rompedle el espinazo! repuso otro buscando ya el género de muerte más adecuado. ¡Ese perro, ese perro! Pero ¿dónde está ese maldito? Buscadlo y rompedle el espinazo. Y si no se encuentra el perro, rompédselo al amo. ¡Mala centella los mate a los dos!

Estaba Rocinante maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y flaco, con tanto espinazo, tan hético confirmado, que mostraba bien al descubierto con cuánta advertencia y propriedad se le había puesto el nombre de Rocinante.

, señor caballero; España se pierde. Las Cortes claman y el Rey no las oye. Al pechero se le va quebrando el espinazo bajo el fardo de los tributos, las industrias están enfermas del gusano de la alcabala, las ciudades mohínas, los campos miserables. Agora toda la arte del privado está en saquear a los pueblos. Roerles hoy todo el esquilmo, hasta la sangre, aunque mañana perezcan.

A veces, a despecho de tanto dolor, la naturaleza infantil revindicaba sus derechos. Veía al gato acercarse lentamente a ella con el rabo derecho, el espinazo arqueado, solicitando sus caricias con débil ronquido.

Le rodean hermosas mujeres; pero si siente subir a lo largo del espinazo el alegre cosquilleo de la juventud, la savia de la primavera de la vida, la predisposición genésica de una familia que sólo fue notable y alcanzó victorias en las luchas de amor, ha de permanecer frío y austero ante la mirada vigilante de su madre, que sabe que el apasionamiento carnal puede acabar rápidamente con una vida débil y macilenta.

, era desgraciadamente corcovado, por lo mucho que doblé el espinazo, retrocediendo asustado delante de los señores profesores, o inclinando la frente ante jefes y directores generales.

La miró atentamente, preguntándole que qué hacía allí y en qué pensaba, y por fin Mauricia desplegó sus labios de esfinge, y dijo estas palabras que le produjeron a Belencita una corriente fría en el espinazo: «He visto a Nuestra Señora». ¿Qué dices, mujer, qué te pasa? le preguntó la ex-corista con ansiedad muy viva.

Un joven largo y delgado doblaba cuanto podía el espinazo para abrazar a una señorita diminuta que se empinaba sobre la punta de los pies. Una dama ajamonada y obesa se apoyaba lánguidamente sobre el hombro de un muchacho, embadurnándole la levita con el blanco cera de Circasia.