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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Aquella dichosa Mancha era un narcótico. Por fin bajaron en Alcázar de San Juan, a media noche, muertos de frío. Allí esperaron el tren de Andalucía, tomaron chocolate, y vuelta a rodar por otra zona manchega, la más ilustre de todas, la Argamasillesca.
Subieron por ella ayudándose con pies y manos hasta ponerse en lo más alto, y se dejaron caer exánimes de fatiga sobre el rústico diván, que crujió y se hundió suavemente bajo su peso. Andrés apartó las yerbas que le cubrían la cara y miró por la ventana. Rosa hizo lo mismo. Esperaron.
La indicación fue buenamente aceptada; la puerta se abrió y cerró tras del anfitrión, y sus compañeros, apoyando las espaldas contra la pared y cobijándose bajo el alero del tejado, esperaron con el oído atento. Por algunos momentos no se oyó más sonido que el gotear del agua del alero y el de las ramas que luchaban contra el viento que las sacudía, crujiendo por encima de sus cabezas.
Sólo les separaba de él una cortina sutil e impenetrable, que cayendo desde la techumbre hasta el suelo, semejaba el velo de un lugar sagrado. Ninguno se atrevió a descorrerla, y absortos de estupor, febriles de impaciencia, esperaron, fija la vista en los amplios pliegues que ponían estorbo a sus deseos.
En orden á esto hicieron que se escondiesen algunos junto al camino estrecho de una selva por donde habían de pasar los enemigos, y aquí escondidos esperaron hasta que entraron ya por esta senda estrecha, contra quienes luego que fueron descubiertos por entre los árboles, jugaron á su salvo sus flechas envenenadas con ponzoña tan activa, que de recibir la herida á caerse muertos era muy poco lo que pasaba.
Lidia se extremeció violentamente, y sus ojos enrojecidos se fijaron de lleno en los de Nébel. Pero éste sostuvo la mirada. ¡Toma, pues! repitió sorprendido. Lidia lo tomó y se bajó a recoger su valijita. Nébel se inclinó sobre ella. Perdóname le dijo. No me juzgues peor de lo que soy. En la estación esperaron un rato y sin hablar, junto a la escalerilla del vagón, pues el tren no salía aún.
Poco tenía que andar por ella para ir a su casa. Entró en esta con la cabeza baja, las cejas fruncidas. Su tía le dijo que Fortunata no había venido aún y que le esperarían para comer. Maxi ocupó su sitio en la mesa, doña Lupe le recogió el sombreo, y volviendo al poco rato, sentose en el sofá de paja; ambos esperaron un rato en silencio.
Esperaron hasta el sábado, víspera de la Santísima Trinidad, en que vino el principal que faltaba, y era chupador y hechicero. Entró dando gritos en su pueblo y plaza, diciendo que él era dios de aquellas tierras y pueblo y que fuesen los Padres donde él estaba.
Algunos se sentaron desde luego a jugar. Otros esperaron a que llegasen los compañeros de costumbre. No tardaron, en efecto, en poblarse entrambos salones.
19 Y tuvieron guerra con los agarenos, y Jetur, y Nafis, y Nodab. 20 Y fueron ayudados contra ellos, y los agarenos se dieron en sus manos, y todos los que con ellos estaban; porque clamaron a Dios en la guerra, y les fue favorable, porque esperaron en él. 21 Y tomaron sus ganados, cincuenta mil camellos, y doscientas cincuenta mil ovejas, dos mil asnos, y cien mil personas.
Palabra del Dia
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