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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Pero el ruido de un ladrido agudo en el interior de la choza en el momento en que Eppie ponía la llave en la cerradura, cambió las intenciones del animal, y, sin más invitaciones, se marchó cojeando. El ladrido agudo era el signo de la acogida animada que les preparaba un ratonero negro inteligente.

Los sonidos infantiles que agitaban el corazón de Silas se articularon y reclamaron respuestas más precisas; las formas y los ruidos se tornaron más claros para los ojos y los oídos de Eppie; y hubo cosas nuevas que le pidió a «papá» con tono imperativo que observase y le explicase.

Había en aquello, tratándose de una criatura bautizada, un caso indiscutible de aberración que exigía un tratamiento severo, pero Silas, dominado por la alegría convulsiva de haber hallado su tesoro, no supo hacer otra cosa más que cargar a Eppie vivamente y cubrirla de besos entrecortados por sollozos.

Eppie, a fin de complacerlo, no dejó de darle esta muestra vulgar de atención, lo que dio el desagradable resultado que se vieran acompañados por el asno que los siguió penosamente hasta la puerta de su habitación.

Había entre él y Eppie un amor que los confundía en un solo ser, y había amor entre la niña y el mundo, desde los hombres y las mujeres que tenían para ella palabras y miradas de padre y de madre, hasta las caccinelas rojas y los guijarros redondos. Silas se puso a considerar la existencia de Raveloe, desde empunto de vista exclusivo de Eppie.

Ahora bien, una mañana Silas estaba más atareado que de costumbre porque estaba armando una pieza en el telar, y tuvo que recurrir para esto a las tijeras. Este instrumento, gracias a una advertencia especial de Dolly, había estado siempre cuidadosamente fuera del alcance de Eppie.

Os venimos a molestar muy tarde, querida dijo la señora Cass, tomando la mano de Eppie, mirándole el rostro con expresión admirativa y de vivo interés. La misma Nancy estaba pálida y trémula. Eppie, después de haber acercado sillas para el señor Cass y su señora, fue a ponerse de pie junto a Silas y frente a ellos.

Era evidente que Eppie, con sus pequeños pasos vacilantes, hacía vacilar a su gusto a su papá Silas cualquier día en que las circunstancias favorecieran su travesura. Por ejemplo; él había elegido una ancha faja de lienzo a fin de atar a Eppie a su telar cuando estaba muy ocupado.

Ante sus ojos, Eppie, al recobrar los derechos de la sangre, entraba en posesión de un bienestar incontestable, del que había estado privada demasiado tiempo. Por esto oyó las últimas palabras de Silas con alivio y había pensado, como Godfrey, que su deseo iba a quedar satisfecho.

Era lo que podía reemplazar mejor el horno, puesto que Silas no había consentido nunca que agregaran uno ni tampoco una parrilla a sus exiguas comodidades. Quería a su viejo fogón de ladrillos como había querido a su cántaro de barro negro. ¿No fue delante de aquella hornalla que encontró a Eppie?

Palabra del Dia

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