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Actualizado: 28 de junio de 2025


Disputaron con ademanes y pasos atrás acerca de quién dejaba a quién la acera; venció al fin Bonis, que insistió más, y cuya humildad era muchísimo más cierta que la del médico. Por el camino éste siguió enterándose, por que lo creyó de su deber, y Bonis siguió diciendo nada entre dos platos. Por lo demás, Aguado se sabía de memoria a doña Emma Valcárcel.

Llegó al poco rato la señorita de Población, y enterándose de que no había nadie en casa más que Miguel, y éste sumido en oscura mazmorra, tuvo a bien sacarle de ella, apesar de las advertencias de las doncellas, que temían a su señora más que al mismo demonio. Llevolo al comedor, hizo que le diesen de merendar y le acarició y agasajó cortesísimamente.

Atormentado por horribles dolores, no dejó de dictar órdenes, enterándose de los movimientos de ambas escuadras, y cuando se le hizo saber el triunfo de la suya, exclamó: «Bendito sea Dios; he cumplido con mi deber». Un cuarto de hora después expiraba el primer marino de nuestro siglo. Perdóneseme la digresión.

Unas veces se entretenía malignamente en atortolarle, en ponerle colorado, mostrándose viva y desenvuelta como una chula: otras se placa en seguirle el humor apareciendo melancólica, dirigiéndole miradas tímidas como una colegiala: otras, en fin, le trataba con tierna familiaridad, enterándose de su vida, de sus actos y sus pensamientos, como una madre o una hermana cariñosas.

Al pobre Mario, poco diestro y menos aficionado a las polémicas, no se le ocurrió nada para combatir las teorías del presbítero. Las dio por buenas guardando silencio. Sintió malestar indecible y pesar de haber venido. Godofredo se apresuró a cambiar de conversación. Se habló de los amigos del café; le hizo mil preguntas acerca de él mismo, enterándose con vivo interés de su niño.

El eclesiástico, que oyó decir de gigantes, de follones y de encantos, cayó en la cuenta de que aquél debía de ser don Quijote de la Mancha, cuya historia leía el duque de ordinario, y él se lo había reprehendido muchas veces, diciéndole que era disparate leer tales disparates; y, enterándose ser verdad lo que sospechaba, con mucha cólera, hablando con el duque, le dijo: -Vuestra Excelencia, señor mío, tiene que dar cuenta a Nuestro Señor de lo que hace este buen hombre.

El bueno de Julián, testigo de estas faenas, iba enterándose poco a poco de los para él arcanos misteriosos del aseo y tocado de una criatura, llegando a familiarizarse con los múltiples objetos que componen el complicado ajuar de los recienes: gorras, ombligueros, culeros, pañales, fajas, microscópicos zapatos de crochet, capillos y baberos.

Torrebianca, vistiendo un traje de campo, fué con Watson y Robledo á visitar los canales, enterándose del curso de los trabajos, hablando familiarmente con los peones, examinando el funcionamiento de las máquinas perforadoras.

Y enterándose rápidamente de lo que decía, levantó la cabeza, exclamando con satisfacción: ¿Conque es usted de los netos? ¿Y ha hecho la campaña en el Norte? Apriete usted esa mano, compañero. A nadie se la doy yo con más satisfacción que a los soldados del rey y la religión... ¿Con qué general ha estado usted? He servido a las órdenes de Ollo y Dorregaray.

Pero el fenómeno aquél no mostraba afición sino á los libros: leía rápidamente y como por magia, enterándose de cada página en un abrir y cerrar de ojos. Su papá le compró una obra de viajes con mucha estampa de ciudades europeas y de comarcas salvajes. La seriedad del chico pasmaba á todos los amigos de la casa, y no faltó quien dijera de él que parecía un viejo.

Palabra del Dia

lanterna

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