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Actualizado: 28 de junio de 2025


Con la habilidad de las mujeres para sondear al hombre y penetrar en sus secretos, manteniendo cerrados é inabordables los secretos propios, ella fué enterándose de los accidentes y aventuras de la vida de Ulises. En vano éste, por una reciprocidad natural, habló de la isla de Java, de las danzas misteriosas ante Siva, de los viajes por los lagos de los Andes.

Dos veces había estado en la tienda buscando al principal, y se dignó hablar con Juanito afectuosamente, como si fuese uno de la clase, enterándose con benevolencia paternal de sus proyectos para el porvenir. ¡Oh, qué hombre! ¡Qué confianza inspiraba!

Como vivía en la Cava de San Miguel, desde que se levantaba, a la primera luz del día, echaba una mirada de águila sobre los cajones de la plaza. Bajaba cuando todavía estaba la gente tomando la mañana en las tabernas y en los cafés ambulantes, y daba un vistazo a los puestos, enterándose del cariz del mercado y de las cotizaciones.

La gran mayoría de los transeúntes no amaban ni eran amados. ¡Y podían subsistir así!... El apenas si se acordaba de los tiempos recientes en que vivía como en el limbo, sin otras pasiones que leer, soltar paradojas y morder a los de arriba, no enterándose de que existían mujeres en el mundo y un sentimiento llamado amor.

Aun así, le restaba una fortuna considerable a la Iglesia Primada, y mantenía su esplendor como si nada hubiese ocurrido; pero el señor Esteban husmeaba el peligro desde el fondo de su jardín, enterándose por los canónigos de las conspiraciones liberales y de los fusilamientos, horcas y destierros a que tenía que apelar el señor rey don Fernando para contener la audacia de los «negros», enemigos de la monarquía y la Iglesia.

Procuraron, lo mismo el médico que el jurista, hacerla cada vez más íntima y familiar, enterándose con interés de los pormenores de su vida cotidiana.

Quiso resarcirse del breve paréntisis en su vida de amante, y esperó a Tónica en las calles, sosteniendo con ella largas pláticas que la hacían llegar tarde a casa de las parroquianas, enterándose con minuciosidad de las tardes que había pasado en melancólica calma leyendo novelas sentimentales, mientras Micaela, la fiel amiga, cocinaba, preparando la modesta merienda.

En aquel instante llamó alguien a la puerta del convento, y a poco entró una señora, de visita, que pasó al salón, y enterándose de lo que ocurría, asomose también a la ventana baja. Era Guillermina Pacheco, que se persignó al ver la tragedia que allí se había armado. «¡En el nombre del...! ¡Pero !... ¡Mauricia!... ¿cómo se entiende?... ¿qué haces?... ¿estás loca?».

Un carruaje tirado por cuatro caballos se llevaba á la señora y las señoritas con los últimos trajes y sombreros llegados de Europa á través de las tiendas de Buenos Aires. Por indicación de Chicha, iba Desnoyers con ellas, tomando las riendas al cochero. El padre se quedaba para recorrer sus campos en la soledad del domingo, enterándose mejor de los descuidos de su gente.

Enterándose de los antecedentes del caso, calificó el mal de congestión retiniana. «De la retina apoyó Cándida . Eso pasa. Pronto recobrará la vista; pero ese trabajo de los pelos, amiguito, delo usted por terminado». Si yo lo decía, si yo lo anunciaba exclamó briosamente la Bringas, reanimada con las esperanzas que daba el médico . ¿Y ahora...?

Palabra del Dia

lanterna

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