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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Dentro de ella se ocultaba el gran secreto, cuyo conocimiento había transformado en millonario a Burton Blair, el pobre marino sin hogar. Lo que era, ni Mabel ni yo pudimos ni por un momento imaginarnos. Ambos estábamos sin aliento, igualmente ansiosos de cerciorarnos de la realidad. No hay duda, jamás hombre alguno se vio en su vida delante de un problema más interesante o enigmático.

De buena gana se habría desprendido en aquel momento de los servicios de su secretario Rufete, cargado de listas, para estar solo con Monsalud y hablarle franca y descubiertamente, pues bien se conocía que el astuto conspirador había manifestado su idea de un modo harto enigmático.

Encogíanse algunos de hombros; otros se echaban a reír; contestábanle todos que no, y Villamelón seguía adelante con su enigmático empeño.

Y mientras Gallardo sonreía de un modo enigmático, el torerillo rebuscaba en sus bolsillos. Me apresia mucho... ¡Mie usté qué pitillera me ha traío de París!... Y mostraba con orgullo la metálica cigarrera, en cuya tapa lucían sus desnudeces unos angelitos esmaltados sobre una dedicatoria casi amorosa.

Tía: yo quiero cambiar de modo de vivir; yo quiero ser otro. La tía asintió con un gesto enigmático. Muy bien; así habían hecho San Agustín y otros santos varones que pasaron su juventud en la licencia, para ser luego lumbreras de la Iglesia.

A continuación veía á René con su uniforme flamante, dulce de maneras, sonriente, como si todo lo que ocurría sólo significase para él un cambio de vestimenta, y exclamaba con un acento enigmático: ¡Qué suerte que no vayas al frente!... ¡Qué alegría que no corras peligro! El novio aceptaba estas palabras como una prueba de amoroso interés.

¡Divina..., divina! murmuró el marino, casi en un soliloquio; y devoraba con delectación el rubor de la muchacha y su emoción profunda.... Cuando volvieron de aquel breve paseo, Andrés se había marchado sin esperar a comer; Narcisa tenía un pliegue enigmático en su frente orgullosa, un poco deprimida, y doña Rebeca parecía que había llorado.

Fué la sibila aquella noche á pasar un rato con su amigo, y mira por donde se repitió la matraca de la Humanidad, pareciéndole á Torquemada el clérigo más enigmático y latero que nunca, sus brazos más largos, su cara más dura y temerosa. Al quedarse sólo, el usurero no se acostó. Puesto que Rufina y Quevedo se quedaban á velar, el también velaría.

La comida continuaba y en todas las mesas subía poco á poco el tono de las conversaciones. Era la hora benéfica en que los estómagos contentos reparten por todo el ser una especie de beatitud. Maugirón estaba benévolo y no se burlaba de Frecourt. El mismo Sorege, sentado en la mesa grande, bastante lejos de los dos amigos, sonreía, menos enigmático que de costumbre.

En estos tiempos modernos, de agitada precipitación y grandes combinaciones, cuando el origen de familia no tiene valor alguno, las fortunas se hacen en un día, y las reputaciones se pierden en una hora, los secretos de los hombres son, algunas veces, muy extraños. Uno de éstos es el que revelo en este libro; uno que será, aseguro anticipadamente, enigmático y sorprendente para el lector.

Palabra del Dia

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