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21 Pero se fortificó Abías; y tomó catorce mujeres, y engendró veintidós hijos, y dieciséis hijas. 22 Lo demás de los hechos de Abías, sus caminos, y sus negocios, está escrito en la historia de Iddo profeta. 1 Y durmió Abías con sus padres, y fue sepultado en la ciudad de David. Y reinó en su lugar su hijo Asa, en cuyos días reposó la tierra diez años.

25 El hijo loco es enojo a su padre, y amargura a la que lo engendró. 26 Ciertamente no es bueno condenar al justo, ni herir a los príncipes por hacer lo recto. 27 El que detiene sus palabras tiene sabiduría; y de espíritu valioso es el hombre entendido. 1 Segun su antojo busca el que se desvía; en toda doctrina se envolverá.

31 Y fueron todos los días de Lamec setecientos setenta y siete años; y murió. 32 Y siendo Noé de quinientos años, engendró a Sem, a Cam, y a Jafet. 2 viendo los hijos de Dios las hijas de los hombres que eran hermosas, tomaron mujeres, escogiendo entre todas.

La pintura de entonces, no crea más que Cristos, Vírgenes y Santos, pero no les da forma con rasgos de perfección soñada, sino mediante la más brava imitación del modelo; su belleza no es un engendro de la mente, no nacen de la corta idea rafaelesca, sino de la propia naturaleza humana.

Dijérase que en tal barrio no vivía criatura humana. Parecía aquello, más que realidad de los tiempos presentes, engendro fantástico de un poeta de 1838, de un Espronceda, de un Zorrilla, de un García Gutiérrez.

Y Ozias engendró

¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre, o quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote; digo de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona!

Poco después Rostand, en unión de Enrique Lee, un autor hoy completamente olvidado, escribió en cuatro noches, y con destino al teatro de Cluny, un «vaudeville» en cuatro actos titulado «El guante rojo». La crítica actual nada dice de aquel vago engendro, del que ni siquiera tengo noticia que llegara á estrenarse.

De aquí nació un rencor sordo, unido a no poca admiración y envidia, y se engendró la lenta irritación nerviosa que dio al traste con la salud de la madrileña. El paroxismo de un deseo no saciado, las ansias de la vanidad mal satisfecha, alteraron su temperamento, ya no muy sano y equilibrado antes.

Al pasar de la ciudad a los bosques, se vio odiada por las mujeres, que la tachaban de soberbia y presuntuosa; todo esto engendró la impopularidad de su marido entre los compañeros, y arrastrado en parte por sus instintos aventureros y en parte por las circunstancias, la llevó a otras tierras. Continuó la narración de la triste odisea.