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Actualizado: 10 de junio de 2025
Cuando se enfadaba con los empleados de su casa, lo cual sucedía a menudo, y notaba que se ofendían con sus palabrotas injuriosas, solía decirles gritando como un energúmeno: ¿Sabéis, f...., cómo he llegado yo a tener dinero?... Pues recibiendo muchas patadas en el trasero. Sólo a fuerza de puntapiés se logra subir arriba. ¿Estamos?
Esa, don Joaquinito, esa; y de mí no se burla nadie. La disputa se acaloró; tuvieron que intervenir los señores venerables del rincón obscuro; tan grave fue el incidente. Se pusieron por unanimidad de parte del señor Ronzal, si bien reconocían que se enfadaba demasiado. Le explicaron el caso, pues aún no había dejado que le enterasen. No se trataba de Ronzal.
¡Una república!... Esas son cosas de Venecia y locuras de la nobleza de Polonia... ¡República en Francia!... ¿Negarás, «cochon du diable», que en Francia reina el muy grande y generoso rey «François I»? Y sacando su espada como de costumbre cuando se enfadaba, lo que ocurría muchas veces en medio de sus bromas, agregó con ademán harto amenazador: ¡Contesta, villano de España, si no quieres que manche mi acero en cortar tu lengua de perro!
Por algo se es la mula del Papa, la mula de las bendiciones y de las indulgencias... Por muchas travesuras que hicieran los muchachos, ella no se enfadaba, y sólo a Tistet Védène guardaba ojeriza.
Trece años, o poco más, tendría Carriazo, cuando, llevado de una inclinación picaresca, sin forzarle a ello algún mal tratamiento que sus padres le hiciesen, sólo por su gusto y antojo, se desgarró, como dicen los muchachos, de casa de sus padres, y se fué por ese mundo adelante, tan contento de la vida libre, que en la mitad de las incomodidades y miserias que trae consigo no echaba menos la abundancia de la casa de su padre, ni el andar a pie le cansaba, ni el frío le ofendía, ni el calor le enfadaba: para él todos los tiempos del año le eran dulce y templada primavera; tan bien dormía en parvas como en colchones; con tanto gusto se soterraba en un pajar de un mesón como si se acostara entre dos sábanas de Holanda.
Además tenía la fea costumbre de servirse primero siempre y servirse lo mejor. No pocas veces le quedó sólo al paisano la salsa y algunas patatas del escaso guisado de carne que doña Mónica les ofrecía. Barragán era hombre sobrio y no se enfadaba demasiado por estas impertinencias. Solía vengarse de ellas en el queso, con harto sentimiento de aquella señora.
La imaginacion de este objeto, junta con el deseo de poseerle, de tal modo trastrocaron al juicio, que llegó á creer que era Cardenal, y se enfadaba de que no se le diese el tratamiento correspondiente á esta dignidad. En todo lo demas hablaba racionalmente; pero en esto nunca, ni hubo fuerzas para apartarle de su error.
Esteven se enfadaba entonces; calumnias de la oposición: cuatro perdidos que gritan, porque no se les ha tapado la boca con un empleo. ¡Si en este país no sale a luz medida administrativa alguna, sin que la malicia la vuelva de todos lados, para encontrarle el secreto o el quid que necesariamente debe encerrar!
Sin embargo, el cura se obstinaba en chapuzar conmigo en la historia romana, y yo por mi lado me encaprichaba en no interesarme en ella. Los hombres de la República no me entusiasmaban y los emperadores confundíanse en mi cabeza. Por más que el cura lanzaba exclamaciones de sorpresa, se enfadaba y razonaba, era inútil: nada modificaba mi insensibilidad y mi idea personal.
Tal molesto trastorno en las horas del reposo le enfadaba mucho consigo mismo, pero infinitamente más con cualquiera que osase ponérselo de manifiesto. Aunque se le viese dormido por el día no había que hacer de ello mención. D. Félix tomaba cualquier advertencia acerca de este punto como un insulto.
Palabra del Dia
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