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Otras veces, si era demasiado alta y la señorita gritaba desde arriba que tenía miedo, la tomaba por la cintura y la depositaba en el suelo con la misma delicadeza que si fuese un objeto de cristal. «¡Qué fuerza tienes, Pedro! le decía ella. Si me dieses un golpe con esas manazas, me mataríasEl mayordomo sonreía á modo de sultán acariciado y se encogía de hombros con desdén.

A don Tomás le llamaban Frígilis, porque si se le refería un desliz de los que suelen castigar los pueblos con hipócritas aspavientos de moralidad asustadiza, él se encogía de hombros, no por indiferencia, sino por filosofía, y exclamaba sonriendo: ¿Qué quieren ustedes? Somos frígilis; como decía el otro. Frígilis quería decir frágiles. Tal era la divisa de don Tomás: la fragilidad humana.

¿Y quién se casa con una literata? decía Vegallana sin mala intención . A no me gustaría que mi mujer tuviese más talento que yo. La marquesa se encogía de hombros. Creía firmemente que su marido era un idiota. «¡A qué llamarán talento los maridospensaba satisfecha de lo pasado. Yo no quiero que mi mujer se ponga los pantalones añadía el afeminado baroncito.

En esto, descubrió a un lado de la sima un agujero, capaz de caber por él una persona, si se agobiaba y encogía. Acudió a él Sancho Panza, y, agazapándose, se entró por él y vio que por de dentro era espacioso y largo, y púdolo ver, porque por lo que se podía llamar techo entraba un rayo de sol que lo descubría todo.

La dama cruzaba como siempre con su pasito vivo y menudo, le saludaba cariñosamente primero, y desde la esquina volvía a hacerle el consabido adiós con la mano. Cada vez que salvaba la puerta, el corazón de Raimundo se encogía, se ponía de mal humor.

El Marqués creía en la santidad de Anita; la Marquesa encogía los hombros; temía por la cabeza de aquella chica. Visitación estaba volada, furiosa. «¡Sus planes por tierra! ¡Ana resistía! ¡No era de tierra como ella!». Obdulia Fandiño no envidiaba la santidad de su amiga la Regenta, sino el ruido que metía, lo mucho que se hablaba de ella por todo el pueblo.

Su vida era una vida recta, firme y llana como el camino del deber. Cuando los oficiales jóvenes hablaban en su presencia de ruidosas cenas al saltar á tierra con mujeres de distintos países, el piloto se encogía de hombros. «El dinero y lo otro deben guardarse para casa», decía sentenciosamente.