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Actualizado: 10 de junio de 2025
No tardó, como es consiguiente, en leérmelos, encerrándose para ello previamente en un cuarto retirado, donde a su sabor descargó la conciencia del grave cargo de ciento y tantas composiciones en todos los metros imaginables, aunque sus predilectos eran los sáficos y adónicos. Los dísticos, compuestos de exámetros y pentámetros, también le gustaban sobremodo.
Al día siguiente, después de almorzar, y cuando Maxi se había marchado a la botica, tuvo tanto miedo Fortunata a que la ira estallase, que para evitarlo se ató una venda a la cabeza, fingiendo jaqueca, y encerrándose en su alcoba, acostose en su cama.
La costumbre exigía que se cubrieran con sus prendas de ceremonia, con sus vestidos de invierno, encerrándose en ellos cual si fuesen cáscaras de dolor. Lloraban y sudaban bajo las envolturas, y al reconocer cada uno a los parientes que no había visto en algunos días, estallaba su pena con nuevo recrudecimiento.
Al escapar así de la muerte, volvió al lado de mi madre, encerrándose en la más profunda oscuridad del campo hasta el día que las persecuciones revolucionarias no permitieron a los partidarios del antiguo régimen otro asilo que la prisión o el patíbulo.
Allá en tierra de Granada tenía él un castillo antiguo, la torre de Téllez-Ponce, con terrenos de labor y montes espesísimos, donde, desengañado de la Revolución, había soñado muchas veces combatirla, realizando el ideal del grande de España antiguo, apoyado en el arado y en la espada, siendo a la vez señor y protector de la comarca, padre de sus colonos, y al mismo tiempo su caudillo... ¿Querría Elvira ayudarle en aquella obra, encerrándose con él en aquel retiro?
Pasaba las noches en un sueño inquieto, temblando por lo que podría decir la prensa al día siguiente, y cuando encontraba un pequeño suelto laudatorio lo leía a la familia, y encerrándose en su despacho, pasaba las horas contemplando con ojos amorosos el pedacito de papel, para mostrarlo después, con ademán displicente de grande hombre fatigado de la gloria, a todos sus visitantes.
Así es nuestra pecadora naturaleza. Como venía de la mesa malhumorado no hizo más que saludarle, encerrándose después en un silencio sombrío y poco cortés. Pero García estaba habituado a estos silencios y respetaba el carácter caprichoso y a ratos poco comunicativo de su amigo.
Encerrándose en sus conchas, Marianela habló así: Madre de Dios y mía, ¿por qué no me hiciste hermosa? ¿Por qué cuando mi madre me tuvo no me miraste desde arriba?... Mientras más me miro más fea me encuentro. ¿Para qué estoy yo en el mundo?, ¿para qué sirvo?, ¿a quién puedo interesar?, a uno solo, Señora y madre mía, a uno solo que me quiere porque no me ve. ¿Qué será de mí cuando me vea y deje de quererme?... porque ¿cómo es posible que me quiera viendo este cuerpo chico, esta figurilla de pájaro, esta tez pecosa, esta boca sin gracia, esta nariz picuda, este pelo descolorido, esta persona mía que no sirve sino para que todo el mundo le dé con el pie. ¿Quién es la Nela? Nadie. La Nela sólo es algo para el ciego. Si sus ojos nacen ahora y los vuelve a mí y me ve, caigo muerta...
Serían inútiles todas las extratagemas de aprovechamiento; sólo encontrarían la tierra pobre y estéril, sin la menor partícula de hierro, y entonces vendría el ¡sálvese quien pueda!, el momento terrible de la vuelta á la pobreza, la fuga desordenada y arrolladora de la muchedumbre que engañaba su hambre trabajando en la cantera, dejando entre sus pedruscos lo mejor de su vida: el aislamiento de los poderosos, encerrándose en el arca de su riqueza, para flotar sobre este Diluvio final.
Palabra del Dia
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