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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Hace no mucho tiempo bajaron de su pueblo a pedirme «algo», a tales horas y en tales términos, que tuve que darles el «Dios vos ampare» con la escopeta echada a la cara. Primera y única vez que los he visto.

Un día estaba la dama sola en su gabinete. Se había dejado caer en una butaca. Inmóvil, con la cabeza echada hacia atrás y las manos pendientes, parecía dormida. Sin embargo, Josefina, que rondaba el gabinete, se atrevió a mirar por la rendija de la puerta y observó que tenía los ojos abiertos, muy abiertos, y que su frente estaba temerosamente fruncida.

De pronto, ve un hulano que avanza cantando por el camino; lleva la gorra de cuartel echada atrás y sus espuelas resuenan. El panadero siente palpitar su corazón de reservista bajo su delantal blanco; se quita la pipa de la boca y, haciendo una bocina con la mano, exclama: ¡Juan! ¡Es Juan, no hay duda!... ¡Eh! ¡Camarada! Y caen uno en brazos de otro.

Sus negros cabellos, colocados algo bajos como los de las diosas, hallábanse algo torcidos simplemente en un rodete que caía sobre su nuca. Su cabeza, un poco echada hacia atrás, a causa de su peso, enderezábase un poco rígida en una actitud algo altiva y triunfante.

Era un hombre de más de treinta y cinco años, barba rubia y ojos azules de mirada clara y un poco dura, que expresaba inequívoca voluntad. Se conocen me dije y no poco. En efecto, después de la mitad del acto mi vecino, que no había vuelto a apartar los ojos de la escena, los fijó en el palco. Ella, la cabeza un poco echada atrás, y en la penumbra, lo miraba también. Me pareció más pálida aún.

Gesticulaba y maldecía y decía refranes a destajo.... Encima de una silla, con la tapa levantada y el seno vacío, se estaba muy echada para atrás, y muy burlona, una cajita de hierro, cuyo contenido se había llevado tranquilamente el joven Fernando, el hijo predilecto y mimado de la señora.

Cuando me sintió se reclinó en el sillón, y me dijo sonriendo, con la cabeza echada atrás sobre el respaldo: ¡Que feliz soy, Luis! Era la primera vez que Amparo pronunciaba mi nombre de una manera tan familiar. Ahora recuerdo que es también la primera vez en que yo le escribo en estas memorias. En efecto, yo me llamó Luis.

El apagar todo el esplendor de su hermosura, riqueza y talento en las soledades de un claustro era el complemento único de su fama, la última firma echada en el expediente de su canonización popular.

Palabra del Dia

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