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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Usted ha querido hablarme dijo Ferpierre mientras se dirigía mentalmente estas preguntas y ponía en orden en la mesa los papeles, secuestrados en la habitación de la muerta y del Príncipe; aquí me tiene usted. Y ante todo ¿su nombre, su edad? Roberto Vérod, treinta y cuatro años. ¿Es usted Vérod, el escritor? Sí. ¿Nacido en Ginebra, domiciliado en París? Sí.
La muchacha me miró extrañada, preguntándose, sin duda, por qué le dirigía estas cuestiones. Yo seguí el interrogatorio. Digo si tienes confianza en mí. Si crees que soy un hombre malo. ¡Un hombre malo! No; no, señor. ¿Entonces, tienes confianza en mí? ¿No crees que yo te quiera hacer daño? No; no, señor; yo no he dicho eso.
Ella, como las otras jóvenes de su clase, veía en la unión con el hombre un medio de independencia, sin que el corazón llegara á interesarse. Iría á administrar otro hogar, como su madre dirigía el suyo: á cuidar á un marido que trajese dinero á casa, y alguna vez, abandonando los negocios, entrara un momento en su salón.
En las horas de tranquilidad, cuando la hartura les hacía conversar plácidamente como dos amigos del mismo sexo, Ulises evitaba las alusiones al pasado y le dirigía preguntas sobre su vida actual.
Todo este artificio grosero estaba arrimado a un andén muy espacioso y firme, construido por la naturaleza, al cual venían a parar en uno solo, desde la anteúltima revuelta de la bajada, el camino de la mina, casi paralelo a la costa, y el sendero del Miradorio que desde el punto de empalme se dirigía hacia el sur.
Ya se divertiría después; pero ahora pensaba en su responsabilidad; iba y venía, dirigía aquello como una batalla; se asomaba a veces a la puerta del comedor y rectificaba los ligeros errores del servicio con miradas magnéticas a que obedecían Pepa y Rosa como autómatas, disciplinadas a pesar de la expansión y la algazara, cual veteranos.
El señor de Avrigny no había salido desde el día anterior de la habitación de su hija. En la escalera tropezose Amaury con Antonia, que se dirigía a su cuarto y tomándole la mano la besó en la frente sonriendo. Su tranquilidad asustó a la joven, que le siguió con la vista hasta que él hubo entrado en su aposento.
El éxito de los esfuerzos de La Huerta hubo, pues, de ser muy escaso bajo el imperio de las circunstancias indicadas: su táctica estaba mal calculada; no dió en el blanco á que se dirigía, y no creemos, por tanto, exagerar demasiado, si decimos que su obra no ha tenido ninguna influencia en la suerte futura reservada al teatro español.
Sólo de vez en cuando tropezaban con algún marinero cubierto de burdo capote impermeable que, con los enseres de pescar en la mano y haciendo gran ruido con sus enormes botas de agua, se dirigía a paso largo hacia el muelle. ¿Va usted bien abrigada, señorita? ¡Mire usted que hace un frío!... Parece que estamos ya en enero.
Con esto y poco más se acabó la visita, durante la cual no desplegó los labios Neluco, ni miró a Lita con la intención que yo esperaba, ni Lita le miró a él más que cuando le dirigía la palabra con una llaneza que tenía más de fraternal que de otra cosa.
Palabra del Dia
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