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Actualizado: 21 de junio de 2025


Nos separamos en París diciéndonos «hasta la vista» como se hace por lo general cuando costaría mucho esfuerzo pronunciar un adiós definitivo, pero sin prever ni el lugar ni el tiempo en que podríamos encontrarnos otra vez. Yo tenía pocos asuntos que arreglar y de ellos se encargó mi criado. Fui tan sólo a despedirme de Oliverio. Se preparaba a abandonar Francia.

Llevaba sobre las rodillas un gran canasto con magníficas uvas de varias clases que acababa de hacer coger en sus jardines para ofrecer á su familia. En breve, al oirnos hablar en español, nos dirigió la palabra, con cierta mezcla de familiaridad y respeto, diciéndonos con acento perfectamente yankee: «Cabaliero, ers Ursted y su seniora espanioles

Por mi parte te hago juramento de que si llegamos a viejos me gustará más estar a tu lado que tomando el sol... ¡Qué vida tan dichosa nos espera y cuánto tiempo hace que sueño con ella!... ¿Te acuerdas cuando un día, en la huerta de casa, teniendo ocho años y yo diez, mi pobre mamá nos hizo cogernos de la mano diciéndonos gravemente: «¿Queréis ser marido y mujer?... Pues daos un beso y cuidado con enfadarse másDesde entonces nunca pensé que podía casarme con otra mujer más que contigo.

Con lo cual mostró dos sendas en el bosque que iban á dar al pueblo, diciéndonos que, cuando él hiciese fuego dentro de él, habiamos de envestirle.

En él nos cuenta cómo iba aquel día entre los árboles y los mármoles, rememorando nombres amados como ante la tumba de su hijo, o la tumba de los que habían estado con él, o contra él, en las luchas violentas de sus días viriles, como aquel Vélez Sarsfield ante cuya tumba exclama: «¡Bravo viejo!: anduvimos juntos muchas jornadas memorables; salvamos, tomados de la mano, abismos que se abrían bajo nuestras plantas, y llegamos al término diciéndonos adiós, satisfechos ambos de haber obrado bien, y legado a nuestra patria páginas de historia sin manchaAsí marchaba por entre los mármoles y los árboles, hablando a los muertos con familiaridad pagana, y con la sobrehumana serenidad de un héroe ya muerto él mismo, que transitara entre las sombras del Hades... Cuando, de pronto, he aquí que se detiene frente a la tumba de Juan Facundo Quiroga, y a propósito escribe estas bellas y nobles palabras, dignas ciertamente de un filósofo antiguo: «Por entre sus columnas se divisan ya, aun antes de entrar, urnas cinerarias, sepulcros, columnas y sarcófagos, y la bella estatua del Dolor, que vela gimiendo sobre la tumba de Facundo, a quien el arte literario más que el puñal del tirano, que lo atravesó en Barranca-Yaco, ha condenado a sobrevivirse a mismo y a los suyos, a quienes no transmite responsabilidades la sangre.

Palabra del Dia

rigoleto

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