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Nada de granero arriba, sino alguna pieza baja ó desván que aisle el primer piso del techo. Luego, la casa pequeña. En cambio, que sea sólida, con dos hileras de cuartos, una habitación mirando al mar y otra á la tierra.

Muchas veces, siendo hombre, encontró su imagen latente en el fondo de sus actos y sus deseos. En realidad, sólo había leído algunos fragmentos. Para él lo interesante eran los grabados, más dignos de su admiración que todos los cuadros del desván.

Doña Angustias continuó en su cacareo hasta que vió cumplida la terrible orden; y á la hora en que acostumbraban á recogerse, Clara fué llevada al presidio, que era un desván obscuro, fétido y pavoroso.

La pobre llegó esta mañana y se desmayó dijo Pascuala. Está, muy malita; todavía no ha hablado palabra, si no es pa delirar. Vino que no se podía tener, toda mojada, temblando de frío, y las lágrimas le corrían por la cara abajo. ¿Dónde está? Allí, en mi alcoba y en mi cama. Pascual se quedó en el desván y yo en el suelo, al lado de ella.

Adelantaba la limpieza del desván: Manolita, con sus brazos nervudos, manejaba los trastos; Rita los clasificaba; Nucha los sacudía y doblaba esmeradamente; Carmen tomaba poca parte en el trajín, y menos aún en la jarana: dos o tres veces se eclipsó, para asomarse a la galería sin duda. Las demás le soltaron indirectas. ¿Qué tal está el día, Carmucha? ¿Llueve o hace sol?

Y en cuanto las doradas mazorcas comenzaron á descubrirse dieron comienzo igualmente los cánticos, las risas, las bromas y los gritos. Ellas tiraban de las hojas y arrancaban las que sobraban: ellos trenzaban las espigas en largas ristras que subían luego al desván. Jacinto se sentó al lado de Flora, que desde hacía ya algunos días acompañaba á D.ª Robustiana y la ayudaba en las faenas del otoño.

Hojeda entró con ella en la vivienda, que era un triste y desabrigado desván, sin otros muebles que una mesilla y dos o tres taburetes; en una esquina había un miserable fogón apagado; en otra, un montón de trapos, restos, al parecer, de un antiguo colchón, donde dormía toda la familia.

¡Diez y tarja! cantó la voz de un hombre que, llegando á la puerta de la bodega, cruzó con una raya de yeso otras nueve paralelas, hechas una á una á cada coloño que se subía al desván.

La edición casi entera yacía debajo de tres dedos de polvo en el desván de un canónigo grande amigo y admirador de D. César.

No tienen más remedio que dejarlo en la casa ... le meterán en un desván, y durante la noche, cuando ellas duerman, se apoderará de la chica, y ... á la calle. Calla, imbécil: eso no puede ser. Armarán un escándalo y será tal el vocerío que se oirá en Jetafe. Es preciso ir con tiento.