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Actualizado: 11 de noviembre de 2025


¡Vaya usted con Dios! dijo Rosa, meneando un pañuelo . ¡Más buen hombre! Ayer al despedirse de lloraba como un niño. ¡Qué lástima que no se quede en el lugar! Y se quedaría, si no fuera por esa loca de Gaviota, como le dice muy bien Momo. La comitiva había llegado a una colina, y empezó a bajarla.

Marcharía sin despedirse de Emma, sin ver a su hijo, para que no le faltase valor ni su mujer tuviera tiempo de torcer aquella resolución irrevocable. «Yo no una palabra de foros, ni de caserías a medias, ni de aparcerías, ni de números, ni de fábricas; pero he de tener voluntad en adelante; y he dicho que iría mañana, y primero falta el sol. Iré.

Y, al despedirse de , aunque no con tanto ahínco y vehemencia como cuando vino, me dijo que estuviese segura de su fe y de ser firmes y verdaderos sus juramentos; y, para más confirmación de su palabra, sacó un rico anillo del dedo y lo puso en el mío.

Dirigió éste por largo rato los gemelos a Raimundo de un modo impertinente y hasta provocativo. Nuestro joven le pagó con algunas inocentes miradas de curiosidad, porque no tenía el honor de conocer al terror de los maridos. Comprendiendo que su hermana estaría impaciente, aunque desde el palco no la perdía de vista, se alzó de la silla para despedirse.

Por eso, aun sin la prohibición terminante del médico, no habría querido recibir a ninguno de ellos durante el día. Cuando se tratara de despedirse de todos, ya sería diferente.

Por la intensidad de la mirada cada par de ojos se convierte en cien pares; por su virtud acústica, cada oído en cien oídos. En sus pasos, en sus miradas, en el modo de saludarse y despedirse los ingeniosos lacienses adivinaban como verdaderos magos lo que pensaban, medían exactamente el progreso de aquellas relaciones que les tocaba en lo más vivo del corazón.

Proveyóse de camisas y de las demás cosas que él pudo, conforme al consejo que el ventero le había dado; todo lo cual hecho y cumplido, sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese; en la cual caminaron tanto, que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían aunque los buscasen.

Judit pasó también aquella vez una mala noche. ¡Le parecía tan extraña la conducta del Conde! Porque, en resumen, bien pudo haber entrado, sentarse y hacerle una visita. Verdad que ella no estaba muy al corriente de las conveniencias sociales; pero se imaginaba que esto hubiera sido mejor que despedirse de una manera tan brusca.

El Conde sólo iba a verla de tarde en tarde. En ocasiones, pasaba media hora, por la noche, en su compañía; pero poníase de pie para despedirse, apenas daban las doce. Entonces, sin dirigirle un solo reproche, se limitaba Judit a preguntarle con voz dulce y temblorosa: ¿Cuándo volveré a verle? Ya se lo diré mañana, de lejos, en la Opera.

Dió un grito á los marineros que trabajaban en la limpieza: «¿Dónde está don Antonio? ¡A ver: uno que le llame!» ¡Don Antòni!... ¡don Antòni! contestó una fila de voces de la popa á la proa, mientras el tío Caragòl asomaba la cabeza á la puerta de sus dominios. Surgió don Antòni por una escotilla. Estaba revisando todo el buque antes de despedirse de su capitán.

Palabra del Dia

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