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¡Granuja! ¡Grandísimo perro! ¿Conque eres el que me quitas el agua del molino? ¡Te voy a desollar vivo! ¿Es tu padre quien te enseña esas picardías? ¿Es el maestro quien te las enseña? ¡Desvergonzado, cínico! Le tenía asido fuertemente por entrambas orejas, y a cada interrogación le daba una fuerte sacudida.

¡Ah pícaro! exclamó Nucha cogiéndole y sacándole afuera, a la luz del corral . ¡Te voy a desollar vivo, gran tunante! ¡Ya sabemos quién es el zorro que se come los huevos! Hoy te pongo el trasero en remojo, donde no lo veas. Agitábase y perneaba el ladrón en miniatura; Nucha sintió lástima, imaginándose que sollozaba con desconsuelo.

Preso por uno.... Aquella misma atrocidad de haber gastado tanto dinero que no era suyo demostraba la intensidad, la fuerza irresistible de su pasión. Pues adelante». Cierto era que quedaba el rabo por desollar. D. Juan Nepomuceno le tenía cogido por las narices, y podía hacer de él lo que le viniese en voluntad.

Hay que reconocer, en honor de la bella Francia, que los negreros franceses debieron dejar atrás a los demás en el arte de desollar negros, porque incrustaron en el lenguaje de las colonias el nombre del látigo francés, lo impusieron, y a todas partes donde había negros llevaron triunfante el fouet.

¿Se dejará robar?... ¡Pues ya lo creo!... Lo que es por ella, en cuanto le guiñes el ojo... Si te quiere, hombre; te quiere lo mismo que el primer día en que la engañaste. ¡Mentira parece!... Pues entonces... Entonces, queda el rabo por desollar. ¿Y de quién es ese rabo?... Amigo mío... del padre Cifuentes. ¡Ya!... Ya me lo habían dicho. Pues no te engañaron.

¡Qué triste! era dejar así la vida, lejos de los suyos, en la aurora risueña de los veinte años; se pegaría el tiro, bueno, ya lo había dicho y cumpliría su palabra, pero su cuerpo quedaría allí sobre la maleza, como el de un perro callejero, y pronto vendrían los curiosos y los vigilantes, y le registrarían, aún caliente, con sus manazas rudas para saber quién era, y sin miramientos, como se carga la res que se acaba de desollar, le colocarían sobre sucias angarillas y le llevarían a la comisaría, al depósito de cadáveres, hasta que papá o tiíta Silda vinieran a reclamarle. ¡Qué triste! ¡qué triste! ¿no sería mejor arrojarse al río, con una gruesa piedra a la cintura, para quedarse allí abajo dormido, y que nadie, nadie, volviera a verle? ¡ay, no! el ahogarse cuesta mucho, se sufre y la muerte tarda en venir... ¿Qué hora era? el sol iba a ponerse, y bajo los sauces se sentía más frío que antes: cuando la noche cerrara del todo, entonces, entonces... ¿Qué harían en su casa? los viejos estarían esperándole: a su cuarto no habían de subir, hasta que el retardo no les alarmara. ¿Habría conseguido algo tiíta Silda?

A lo cual respondió Merlín: -El Diablo, amigo Sancho, es un ignorante y un grandísimo bellaco: yo le envié en busca de vuestro amo, pero no con recado de Montesinos, sino mío, porque Montesinos se está en su cueva entendiendo, o, por mejor decir, esperando su desencanto, que aún le falta la cola por desollar.

Echaba pestes contra la soberbia de los emigrantes de Europa, contra las nuevas costumbres de la gente pobre, porque no disponía de bastantes brazos para desollar á las víctimas en poco tiempo y miles de pieles se perdían al corromperse unidas á la carne. Los huesos blanqueaban la tierra como montones de nieve.

Conocido ya el estado de las provisiones, ordenó las maniobras del ejército: las viejas se dedicaron a desplumar aves, las mozas a fregar y dejar como el oro peroles, cazos y sartenes, y un par de mozancones de la aldea, uno de ellos idiota de oficio, a desollar reses y limpiar piezas de caza.