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Decía saber oraciones para muchos y diversos efectos: para mujeres que no parían, para las que estaban de parto, para las que eran malcasadas, que sus maridos las quisiesen bien; echaba pronósticos a las preñadas, si traía hijo o hija. Pues en caso de medicina, decía que Galeno no supo la mitad que él para muela, desmayos, males de madre.

Por la larga, sinuosa calle del Cuadrante circulaban pocos transeúntes. El excusador y la esposa de Montesinos caminaron un rato en silencio en dirección al Campo de los Desmayos. Al aproximarse a él ambos se sentían agitados, temerosos. Tanto para calmarse un poco como para prevenirse, se detuvieron un instante, y metiéndose en el hueco de una puerta, cuchichearon con animación.

Llegóse el día de la partida de don Antonio, y el de don Quijote y Sancho, que fue de allí a otros dos; que la caída no le concedió que más presto se pusiese en camino. Hubo lágrimas, hubo suspiros, desmayos y sollozos al despedirse don Gregorio de Ana Félix.

21 Su aliento enciende los carbones, y de su boca sale llama. 22 En su cerviz mora la fortaleza, y delante de él es deshecho el trabajo. 24 Su corazón es firme como una piedra, y fuerte como la muela de abajo. 25 De su grandeza tienen temor los fuertes, y de sus desmayos se purgan. 27 El hierro estima por pajas, y el acero por leño podrido.

Arrojose Lisarda a los pies de mi padre y confesó su delito, pidiéndole con lágrimas y desmayos la perdonase, y viese que el amor que la había cogido por don Baltasar de Peralta, al engaño la había llevado de hacerle creer, recibiéndole siempre a oscuras, que no era ella, sino su señora quien le recibía.

Poco a poco comenzaron las mutuas confidencias. El nuevo clérigo, no teniendo en Peñascosa un director espiritual acomodado a su educación mística, abrió insensiblemente su pecho y comunicó a la joven sus alegrías, sus triunfos y sus desmayos en la vía de salud que se había trazado.

Abrió el paraguas, mas a los pocos pasos, el viento que soplaba huracanado en el Campo de los Desmayos se lo volvió. En la imposibilidad de cerrarlo y sintiéndose empujado violentamente por el huracán, el joven excusador se refugió en el negro, enorme portal de Montesinos. Nunca pasaba por delante de él sin sentir cierto estremecimiento de temor y curiosidad.

Sólo cuando algún nubarrón más espeso y más negro pasaba por delante de ella descargando su fardo de agua, la luz se extinguía casi por completo. Las olas se estrellaban contra los peñascos que sirven de baluarte al Campo de los Desmayos. El viento silbaba entre las grietas de la torre de la iglesia. La música lúgubre de los elementos embravecidos calmó un poco la fiebre del hidalgo.

Pero aquella risita se apagó al cabo. Sintió un desasosiego extraño, cierto abatimiento que hizo flaquear sus piernas. Detúvose un instante: le acometieron deseos de volverse y espiar de nuevo a la pareja que dejaba allá en el Campo de los Desmayos. El temor de ser notada la contuvo.

Esta oda, que empezaba: «¡Oh dulce religión inmaculadaera inspiradísima y fue recibida con vivas muestras de aprobación. El banquete terminó de noche cerrada. A las seis, el sacristán y algunos empleados del municipio comenzaron a iluminar los farolillos a la veneciana del Campo de los Desmayos, de tal modo que a las ocho estaban casi todos encendidos. La velada se presentó muy alegre.