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Actualizado: 11 de junio de 2025


Gener viene a desvanecer mi esperanza, a marchitar mi deseo y a derribar la fe en el super-hombre que empezaba ya a nacer en mi alma. El último artículo del libro del Sr. Gener, que se titula El hiper-positivismo, debiera titularse El hiper-negativismo, porque lo niega todo, echando a rodar cuanto se sabe: todo fundamento de saber, todo criterio de verdad, toda afirmación de que exista algo.

La historia de aquel país, la tradición de la tierra gaditana, provincia de revoluciones, influía en la credulidad de las gentes. Habían visto con tanto facilidad, de la noche a la mañana, derribar tronos y ministerios, y hasta llevar presos a reyes, que nadie dudaba de la posibilidad de una revolución de mayor importancia que las anteriores, pues aseguraría el bienestar de los infelices.

Los vientos se echan sobre la torre, como para derribar a la que los desafía, y huyen por el espacio azul, vencidos y despedazados.

Por encima de las botellas, por encima del estante, por encima de los hombros del amo, se veía saltar un gato enorme, que pasaba la mayor parte del día acurrucado en un rincón, durmiendo el sueño de la felicidad y de la hartura. Era un gato prudente, que jamás interrumpía la discusión, ni se permitía maullar ni derribar ninguna botella en los momentos críticos. Este gato se llamaba Robespierre.

A pesar de contarse entre aquellos respetables profesores estas y otras notabilidades, la orquesta sonaba como los tornillos de una máquina sin aceite; los instrumentos de cuerda estaban asmáticos, sonaban a la madera, como sabe la sidra al barril; los de bronce eran estridentes sin compasión; bastaba uno de aquellos serpentones para derribar todas las fortificaciones de cinco Jericós.

No se conserva memoria del sitio en que fué colocada, pero lo cierto es que por no derribar nada de la fábrica arábiga subsistió la capilla mayor provisional por espacio de veintidos años, y que no se celebrarian en ella muy cómodamente los divinos oficios no teniendo presbiterio, ni sacristía, ni Sagrario adecuado.

Lo que hice fue derribar con ira y hasta con asco el ídolo de Juan Maury del altar que misteriosamente le había yo erigido en el templo de mis recuerdos. Y aunque mis manos permanecieron ociosas e inertes, no le sucedió lo mismo a mi lengua. La esgrimí como puñal buido. Si no calenté bien con mis manos la cara del inglés, con la lengua le calenté las orejas.

Aristóteles difinió pocas cosas, pero explicó muchas. Los modernos tomando sus explicaciones por difiniciones, hallan motivo de contradecirle. Es cierto que los Escolásticos usan de muchas difiniciones, que justamente son reprehendidas de los modernos; pero estos no siempre las han hecho mejores, como que han sido felices en derribar, y no lo han sido igualmente en establecer.

Pero... vamos a ver, mírenme un poco; sin alabarme, tengo talla como para derribar a un dogo de un puñetazo, no como para emprender la fuga ante miserables gozquecillos. ¡Ah, pero!... Señores, esperé tres días para dejar que la cosa madurara un poco; después, mi carruaje de caza fuera de la cochera, mis dos trotones con las pecheras, y en camino a Krakowitz. Linda propiedad, no hay que decir.

Como los enemigos iban trabajando en cavar y derribar los caballeros, íbamos por la parte de dentro cortándolos y fortificándonos lo mejor que podíamos. No se entendía en otro todas las noches, porque de día no se podía trabajar por estar, como estábamos, descubiertos.

Palabra del Dia

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