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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Adriana se sorprendió de que a ratos la hablaran con un tono de voz cansada, como midiendo las sílabas y con cierta reserva en la dejadez amable de las palabras. Le llamaron la atención sus manos largas y finas, ligeramente deformes y de una blancura extraordinaria.
Y hablemos ahora, amados hermanos míos, del defecto de Joaquín Pez, defecto enorme, colosal, reprobado por la Filosofía, por la Iglesia, por los Santos Padres y hasta por la gente de poco más o menos. Este defecto era la debilidad, deplorable incuria para defenderse del mal, dejadez de ánimo y ausencia completa de vigor moral.
Lucía se acercó también, con la sonrisa que le jugaba en los labios y en los ojos. Conocía a Julio de vista y por oídas. Tomó en seguida una actitud confiada y, enlazando la cintura de Charito, se apoyó en ella con dejadez familiar, lánguida. Parecía advertirle que reconocía en él a una persona de su misma clase sentimental; hizo que recayera la conversación sobre un tema galante.
Al verlos tan tranquilos, tan apegados a su cáscara y tan satisfechos y enamorados de ella, verdaderamente se duda si el estado material de la villa es obra de la dejadez del habitante, o si el habitante es así porque haya encarnado en su naturaleza, como espíritu, la catadura singular de la villa.
No le seducían sus ojos por expresivos, ni su boca por fresca, ni su talle por esbelto, sino toda ella por cierta atmósfera de melancolía que, circundándola como un ropaje ideal, daba a sus ojos apacible tristeza, y a su boca sonrisa resignada, y a su cuerpo entero una dejadez y laxitud en mayor grado poderosas y excitantes que la más espléndida hermosura o la más astuta coquetería.
Estos jóvenes hastiados desde la más tierna edad, tenían por muy aburrido, fatigoso e incómodo el baile; contentábanse con hacer algunas invitaciones con dejadez e impertinencia. No así Pablo de Couprat, demasiado educado y franco para no bailar con el aspecto alegre y satisfecho que las circunstancias requerían.
Era Jacobo muy perezoso y costábale gran trabajo arrancarse del lecho; dio en él varias vueltas, estirándose y revolviéndose con esa dejadez del que no tiene cuidados, ni le esperan obligaciones, ni encuentra para saludar al nuevo día otra fórmula, otra oración, otro brote de sentimiento que un prolongado bostezo.
Tiene una voz de contralto admirable, de la que se sirve con arte consumado; pero al mismo tiempo con una dejadez y una frialdad que podrían creerse calculadas.
Casa-Vieja era blanco, de pelo castaño y lacio, de mirar displicente; no feo, pero muy marchito de cara, en la cual descollaba un gran bigote, desmayado también, y del color del escaso pelo de la cabeza. El cuerpo, bien conformado y correctísimamente vestido, por el modo de caer en la silla y el ritmo de todos sus movimientos, acusaba la propia dejadez reflejada en los ojos y en el gesto.
Su diligencia pasmosa trocábase en dejadez; y como las madres la reprendieran, no les respondía nada cara a cara; pero en cuanto volvían la espalda, dejaba oír gruñidos, masticando entre ellos palabras soeces. A este periodo seguía por lo común una travesura ruidosa y carnavalesca, hecha de improviso para provocar la risa de algunas Filomenas y la indignación de las señoras.
Palabra del Dia
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