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Tengo ganas de que seáis cura del Pavol. No se puede quitar a otro su puesto, Reina. El que está actualmente, es muy viejo, señor cura; espío con tierna atención los síntomas de su decrepitud. ¿No os gustaría reemplazarle? , evidentemente. No obstante, sentiría abandonar mi parroquia; treinta años hace que estoy en ella, y he concluido por amarla. ¿Habéis concluido por amarla?

Vestía una bata grasienta ya y traía la cabeza descubierta. Pero aquella cabeza, a pesar de sus blancos cabellos, no era venerable. Las mejillas pálidas, terrosas, los labios amoratados y caídos, la mirada opaca sin expresión alguna, no reflejaban la ancianidad que tiene su hermosura, sino la decrepitud del vicio siempre repugnante y la señal de la idiotez, aterradora siempre.

Esta persona salía de la sombra, y avanzando lentamente hacia el mostrador, entraba en el foco de la escasa luz que aclaraba el recinto, siendo posible entonces observar las formas de aquel silencioso y extraño personaje. Era un hombre de edad avanzada; pero en vez de la decrepitud propia de sus años, mostraba entereza, vigor y energía.

En vano yo replicaba a mi conciencia, recordándole la decrepitud del Mandarín y su gota incurable. Fecunda en argumentos, gustosa de controversia, ella me refutaba con furor: Aun cuando en su más pequeña actividad, la vida es un bien supremo; ¡porque el encanto de ella reside en su principio mismo y no en sus manifestaciones! Yo me revolvía contra este pedantismo retórico de rígido pedagogo.

El uno precede siempre al otro en la decrepitud. ¡Te aseguro que mi oficio no tiene nada de alegre...! Desde hace poco comprendo que en el mundo no hay mas que un solo bien: la juventud. ¡Tengo solamente veintitrés años, y ya me asusta el año próximo! BEAUVALLON. ¡Qué ganas de bromear! ¡Con tu hermosura tan fresca...!

Componían el modesto mueblaje una consola, sillas de tapicería muy usadas, procedentes de casa de los condes, y un sofá de gutapercha en plena decrepitud.

Entretanto, los niños adultos tienen la fisonomía muerta y el espíritu embotado. Los estragos de la chicha son terribles, sobre todo en las mujeres, aglomeradas siempre en las puertas de los inmundos almacenes donde se expende la bebida fatal. Abotagadas, sucias, vacilantes en la marcha, hasta las más jóvenes presentan el aspecto de una decrepitud prematura.

Todos los operarios temblaban más o menos y ofrecían las mismas señales de decrepitud. El director les propuso ir a ver el hospital. Algunos mostraron repugnancia; pero Lola Madariaga, que no perdía ocasión de exhibir sus sentimientos benéficos, rompió la marcha y la siguieron la mayor parte de las señoras y algunos caballeros. Otros se quedaron.

Y es la impresión de aquel divino contento la que, incorporándose a la esencia de la nueva fe, se siente persistir al través de la Odisea de los evangelistas; la que derrama en el espíritu de las primeras comunidades cristianas su felicidad candorosa, su ingenua alegría de vivir, y la que, al llegar a Roma con los ignorados cristianos del Transtevere, les abre fácil paso en los corazones; porque ellos triunfaron oponiendo el encanto de su juventud interior la de su alma embalsamada por la libación del vino nuevo a la severidad de los estoicos y a la decrepitud de los mundanos.