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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Declararon los oyentes, de todo corazón al parecer, que no había en el nombre nada de feo ni de raro, y, sin convencerse de ello, continuó don Adrián: Tampoco en Madrid dio un mal paso en su carrera: buenas notas siempre, mucho fruto... porque aquí, en la botica, le iba descubriendo yo cuando venía a pasar las vacaciones... y al mismo tiempo haciéndose un chicazo como un trinquete... no muy grande; pero bien cortado... eso es, y fuerte... y guapo, ¡qué caray!... y dócil y risueño que daba gusto.

Se comprende que no lo consiguiera, cosa difícil en aquella tierra, pues le trajeron y le llevaron de aquí para allá, durante varios meses; pero al fin le declararon huraño y orgulloso, y le dejaron en paz. Sarmiento me contó muchas veces el origen de la fortuna del señor Fernández.

Declararon los jueces, que Berenguer, Rocafort y Fernan Jiménez gobernasen cada cual de por , y que los soldados tuviesen libertad de servir debajo del gobierno que mejor les pareciese, sin que para esto se le hiciese violencia por ninguna de las partes.

Y como aquel medio había respondido admirablemente á su intento, puesto que al poco tiempo de casada, los médicos declararon que la duquesa se encontraba encinta, el duque, logrado su deseo, se fué á sus posesiones de Andalucía á pasar el invierno, y dejó en completa libertad y en absoluta posesión de su casa á su esposa. Esto tenía sus peligros, que no se ocultaban á la duquesa.

Los médicos declararon al P. Jacinto que había sobrevenido un grave impedimento á la circulación de la sangre en el mismo corazón, y que, si crecía el impedimento, se seguiría la muerte. El padre dejó percibir á Clara aquel terrible pronóstico, con la mayor delicadeza que pudo, y confesó y administró á la paciente.

Pronto las provincias de Barcelona, Cumaná, Margarita, Varinas y asi sucesivamente las demás, menos las de Coro y Maracaibo que se declararon fieles á la regencia, enviaron sus diputados á la junta, reconociendo asi el nuevo gobierno de Venezuela.

Algunas veces se declararon en Santiago epidemias muy serias, y el Apóstol no daba abasto haciendo milagros. Fue entonces cuando se inventó el botafumeiro, «rey de los incensarios», como le llama Víctor Hugo. El botafumeiro no fue en sus orígenes un objeto litúrgico, sino, sencillamente, un aparato de desinfección. Lo cargaban con incienso porque todavía no existía el ácido fénico.

Un ratito después, calló la campana y llegaron dos hombres con sendos brazados de velas y de cirios que mandaba el Cura, por delante. Venían enjutos de tobillos arriba, pero muy espelurciados y «ardiéndoles» las narices y las orejas; porque, según declararon, aunque había cesado de nevar, continuaba soplando el cierzo, más frío que la misma nieve.

«¡Qué diablo, alguna había de haber!». Los seductores de la clase media que anhelaban siempre meter la cabeza en la aristocracia, declararon lo mismo: «Ana era invulnerable». Esperará algún príncipe ruso decía Alvarito Mesía, que vivía entre plebeyos y nobles. Alvarito no había dicho nunca a Anita: «buenos ojos tienes». Eran dos orgullos paralelos.

En el paroxismo del dolor, se negó á ver hasta á los que querían permanecer fieles y facilitó así el abandono. Á su lado no hubiera yo sido tan débil; su deseo de resistir á la mala fortuna me hubiera dado energía. Nos hubiéramos animado mutuamente. Pero su pena altanera juzgó en definitiva á los que no se declararon abiertamente en favor de su hermano.

Palabra del Dia

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