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Se le había visto en el alto puerto de Cumbrales, en montaraz vagancia con los pastores, y luego decían que «se había corrido» hacia Reinosa, con una cuadrilla de gitanos. Cobró con esto Salvador un asomo de tranquilidad y un respiro en el anhelo con que llegaba a la casona, siempre que a ello se atrevía.

«Las personas que estuvieron presentes decían, y dicen todavía, que no comprendían cómo no había oído los gritos que todas ellas lanzaban, ni visto sus ademanes desesperados. Uno de esos vértigos que sufría en el último año, sería la explicación de lo sucedido, si yo no supiera... »Lo embargaba una mortal tristeza.

Dorrego y Rosas están en presencia el uno del otro, observándose y amenazándose. Todos los del círculo de Dorrego recuerdan su frase favorita: «¡El gaucho pícaro!» «Que siga enredando decía , y el día menos pensado lo fusilo.» ¡Así decían también los Ocampo cuando sentían sobre su hombro la robusta garra de Quiroga!

Era vino de ricos, del que ellos no conocían. ¡Oh! ¡aquel don Luis era todo un hombre! Algo calavera; pero la juventud le servía de excusa y además tenía un gran corazón. ¡Todos los amos que fuesen como él!... ¿Pero, qué vino, compañero? se decían unos a otros, enjugándose los labios con el reverso de la mano.

Algunos más audaces, más maliciosos, y que se creían más enterados, decían al oído de sus íntimos que no faltaba quien procurase contrarrestar la influencia del Provisor. Visitación y Paco Vegallana, que eran los que podían hablar con fundamento, guardaban prudente reserva; era Obdulia quien se daba aires de saber muchas cosas que no había. «¡La Regenta, bah! la Regenta será como todas....

No siendo así, no consentiría que me acompañase con tanta frecuencia, lo que puede dar lugar a suposiciones. Mire usted, el otro día decían las vecinas.... No, no es eso. Yo no la quiero a usted sólo como amigo: yo la amo... ¿sabe usted? la amo, y soy ese hombre valiente de que usted hablaba anoche, capaz de hacerla mi esposa sin dejar abandonada a la pobre Micaela.

Entonces, ¿qué diablos le trae a usted por aquí? ¡Ya está usted buena maula! ¿No yo que se gastaba usted con ella los ojos de la cara? ¡Y que no es usted poco rumboso, decían allí! ¡Bah! Una cosa es gastar y otra querer.

Las recibió con escarnio ó mofa, y se les respondió, que les convenia obrar al ejemplo de los de San Luis. Y aunque los vecinos de Santa , y los de las demas ciudades decian, que ellos marchaban forzados, con todo, ambos generales, español y portugues, con su presencia urgian el viage.

Después de todo lo que hemos hablado dijo Jorge quién sabe la suerte que le espera en el mundo. ¡Ay, , quién sabe, quién sabe! ¡Que Dios te proteja, alma de mi alma!... En medio de la tragedia de los pueblos, los reyes continúan en perfecta salud. «Y esto es lo principal», como decían los cortesanos de Versalles en tiempos de Luis XIV.

Ya no se defendía más que con la paciencia, y de tanto mirarle la cara a la adversidad debía de provenirle aquel alargamiento de morros que la afeaba considerablemente. La Venus de Médicis tenía los párpados enfermos, rojos y siempre húmedos, privados de pestañas, por lo cual decían de ella que con un ojo lloraba a su padre y con otro a su madre.