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Actualizado: 5 de julio de 2025


Hay mas pasibilidad que en el temblor de la cicuta, el cual es espasmódico; el de causticum depende mas bien de la debilidad del influjo nervioso y de una especie de sequedad de la fibra, de una atrofia muscular; conviene tambien en las parálisis parciales, cuando el temblor se presenta especialmente en el momento en que el enfermo se levanta ó empieza á moverse.

Hubiera prendido fuego á la casa y se hubiera quemado viva, si hubiera estado segura de que Roussel y la joven pareja ardían también. Ningún escrúpulo, ninguna debilidad, ninguna conmiseración debía detenerla en su plan. Y su plan era, sencillamente, destruir la felicidad de dos hijos. No pensó ni un solo momento en dirigirse al corazón de Herminia y á la razón de Mauricio.

La brusquedad no retiene: ahuyenta. Cuanto más tarde llegue Daniel, más tierna y más solícita debes ser con él. No hay mejor apoyo para la mujer que la propia blandura de su corazón. Esto, que parece nuestra debilidad, es nuestra fuerza. Un día Daniel reconocerá que obra mal: le remorderá la conciencia, y el grato recuerdo de tu bondad le arrancará del Jockey Club.

Y una voz, tal vez la misma, repetía en sus oídos, que zumbaban de debilidad: «No esperéis nada. ¡Cristo ha muerto

Su vida no era alegre Dios sabe que no pero en fin ¡era la vida! A menudo la desgracia caía sobre ellos; entonces ambos, Roberto con toda su fuerza, Marta en su debilidad, parecían dos niños sin apoyo, abandonados, y yo tenía que intervenir para ayudarlos con mis consejos y darles valor.

Ana oyó los gritos y se apresuró a perdonar aquella debilidad inocente de su esposo. «Todos los cazadores son así», pensó con la benevolencia de la fiebre incipiente. Volvió don Víctor y la sonrisa dulce, cristiana de su esposa, le restituyó la calma, ya que la perdiz no podía. Hasta la una y media no concilió el sueño su mujer, y entonces y sólo entonces, pudo don Víctor disponerse a dormir.

Y él había asentido. ¿Por qué había asentido? ¿No había sido sincero en ese momento? Y si la había dado sinceramente la razón; si había acogido sin segunda intención su precepto, ¿no debía perdonar en ese trance? Al no perdonar era porque entonces no había sido sincero: ¡había fingido para ganársela, para vencerla! ¿De qué debía acusarse: de la pasada hipocresía o de la debilidad presente?

Aunque pareciese debilidad por mi parte, no podía decir cosa, alguna que despertase sus sospechas. Te enviaré mi corazón todos los días respondí. ¿Y no correrás peligro? Ninguno que pueda yo evitar. ¿Cuándo volverás? ¡Oh, qué largos me parecerán ahora los días! ¿Que cuándo volveré? repetí. No lo , no puedo saberlo. ¿Pronto, Rodolfo, pronto? Sólo Dios lo sabe. Pero si no volviese, amada mía...

Rápidamente conoció Isidora la proximidad de su mal, y tuvo una de esas inspiraciones de dignidad y honor que son propias en las naturalezas no gastadas. Su debilidad tuvo por defensor y escudo al sentimiento que, por otra parte, era causa de todos sus males: el orgullo. Se salvó por su defecto, así como otros se salvan por su mérito.

Amaba con todas las fuerzas de su alma ardiente pero concentrada; amaba con la hermosa confianza y el cándido entusiasmo de los dieciséis años; pero también con la desconfianza involuntaria y la temerosa timidez de un amor tardío; amaba con la energía de una mujer y la debilidad de una niña. ¡Blanca amaba! ¿Y él? Se lo había dicho y se lo repetía sin cesar.

Palabra del Dia

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