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Villaverde se dividió en dos bandos; «villaverdinos» el uno, «vilaverdino» el otro, y se armó la de Dios es Cristo. El dómine y el abogado se dijeron mil perrerías; el periodista se metió en cabaña, y la budística ciudad estuvo mucho tiempo entretenida con la polémica. Por fin, el Gobierno del Estado puso término a las disputas. Expidió una circular que cayó como bomba en Villaverde.

El tono pedantesco, la voz nasal y recia y la acción de dómine con que emitía su declaración habían impresionado de mal modo al auditorio, pero peor que a todos al presidente, que le miraba con ojos torvos desde que había comenzado. Cuando ya tuvo lleno el saco de la paciencia, que no llevaba mucha, dijo con su voz áspera de vejete irritable: ¿Acaso quiere usted darnos un curso de derecho penal?

Todavía lo creen los habitantes del monte, y no es muy posible, en efecto, encontrar una cima en que la vista domine panorama, si no tan vasto, á lo menos tan bello y tan variado. Fuera del mundo helénico en que la imaginación popular era tan poética y tan fecunda, verán también los pueblos en sus montañas tronos de los dueños del cielo y de la tierra.

La tentativa del emperador Alfonso ha sido prematura: espláyese y domine en buen hora la forma románica en todas las grandes ciudades arrebatadas á los califas allende los montes, en Toledo conquistada por D. Alonso el VI, en Zaragoza y Tarragona rescatadas por D. Alfonso el Batallador.

Publiqué los tales sonetos en «El Montañés», previa la aprobación de don Román, quien los tuvo por buenos y muy buenos, antes y después de que «La Voz de Villaverde», «La Sombra de Vega», y cierto periodiquín de Pluviosilla los hicieran trizas y pusieran al autor como chupa de dómine. Por supuesto que no salieron con mi firma.

No, muchachito.... ¿Qué cosa? Lo que dice «La Voz». No; no quiero leer esos disparates. Ya me imagino lo que dirán. Pero la curiosidad pudo más en el dómine que el desprecio con que miraba a sus rivales. Después de un rato de silencio me dijo: ¡Dame ese papasal! El anciano se caló las gafas, se compuso en el asiento, y principió a leer el artículo editorial. No, a la vuelta.

Y después de meditar un momento sobre esta pregunta que se había hecho el cocinero del rey, tornó á la lectura: «El mismo día en que Juan cumplía los doce años, paró delante de la puerta de nuestra casa un dómine vestido de negro, montado en una mula y acompañado de un mozo.

Al sonido extraño de mi voz levantó la cabeza, y, a través del espeso velo negro húmedo y arrugado, vi una cara hinchada y enrojecida por las lágrimas, indescriptible de puro descompuesta, y dos grandes ojos negros que parecían preguntarme: «¿Quién es usted?... ¿Cómo se atreve?...» En nombre de su padre, ruego a usted que domine su dolor.

Tambien puede haber entre los tales Césares españoles la política natural de no descubrirse á quienes los domine, para que no alteren el modo de gobierno, y leyes municipales entre si acordadas, con que puede ser esten bien hallados: pues la parcialidad entre ellos dominante, mas querrá carecer de las útilidades que les podia proporcionar la sugecion al Rey de España, que decaer de la autoridad, que pueden pensar establecida en su descendencia.

Protestando contra el cántico de muerte, el hermoso sol de invierno enviaba sus rayos a la cabeza inclinada y canosa del sacerdote, y encendía con tonos calientes la nuca de Lucía, inclinada también. Y continuaba el rezo: Heu mihi, Domine, quia pecavi nimis in vita mea.... Un rayo de luz más vivo y directo se coló en la cámara, y fue a posarse en la difunta.