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Actualizado: 19 de junio de 2025


Te digo toda la verdad: ¡si supieses lo que me costaba rehuirte!... Por las mañanas, al levantarme en el cuarto del hotel, mi primer movimiento era mirar á través de las cortinas para convencerme de que me esperabas en la calle. «Allí está mi flirt; allí está mi novioTal vez habías dormido mal pensando en .

Estaba profusamente iluminado por medio de grandes arañas con centenares de bujías. Se habían prodigado, en suma, todos los refinamientos del lujo y la elegancia en aquel recinto. De tal modo, que una vez dentro de él costaba trabajo representarse que se estaba en el fondo de una mina, a trescientos metros de la superficie.

Su marido, viendo que era imposible detenerla en casa, tuvo que consentir en aquella vida voladera; que si bien le costaba una parte de su fortuna, le libraba por algún tiempo de las impertinencias de aquel demonio. La tercera metamorfosis de doña Clara fué peor.

Esta decepción de mi esperanza me fue sumamente dolorosa. Amparo era para una obligación contraída que ningún sacrificio me costaba, porque yo era muy rico. No me había inspirado amor, sino caridad. La caridad estaba satisfecha, y había desaparecido el encanto. Es cierto que yo sentía hacia ella un afecto profundo; que me interesaba su porvenir... pero su porvenir estaba asegurado.

Don Juan concibió, sin embargo, alguna esperanza. Indudablemente, aquella mujer había ido decidida a darlo todo por concluido; pero sus miradas, su turbación, el constante aludir a lo pasado, como echándolo de menos, indicaban que le costaba gran pena resignarse. Mira, Cristeta dijo bajando los ojos, al modo de quien hace una confesión vergonzosa , tienes razón.

Mientras recibieron lo que su educación costaba, no pensaron en averiguaciones: tal vez de hacerlas hubieran tenido que rechazarla; pero apenas empezó a serles gravosa comenzaron a rumiar ideas de desconfianza y a sentir un recelo muy parecido al miedo.

Pues le aseguro a usted, doña Regustiana, que por bien empleado dábamos el dineral que nos costaba, al ver cómo todo aquel señorío tan principal se lo iba envasando al cuerpo sin más ni más.

Nucha le ofrecía de vez en cuando golosinas y calderilla, y el rapaz, como suele suceder a las fieras domesticadas, contrajo excesiva familiaridad y apego, y costaba trabajo echarle de allí, encontrándosele por todas partes, donde menos se pensaba, a manera de gatito pequeño viciado en el mimo y la compañía. Muchísimo le llamó la atención la chiquitina al pronto.

De cinco á siete, centenares de ojos le siguieron con admiración en los salones de los Campos Elíseos, donde costaba cinco francos una taza de con derecho á intervenir en la danza sagrada. «Tiene la línea», decían las damas apreciando su cuerpo esbelto, de mediana estatura y fuertes resortes.

Al llegar a Vigo me miraba al espejo y me costaba gran trabajo reconocerme como un individuo perteneciente, en relación más o menos directa, a la gran familia aria. ¡Que un hombre del tronco indogermánico llegue a verse así! exclamaba para mis adentros.

Palabra del Dia

vorsado

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