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Sus viñas, sus olivares, sus huertas y sus cortijos eran conocidos por de Doña Blanca, y no por suyos. Aquella anulación marital no había llegado, con todo, hasta el extremo de la de algunos maridos de Madrid, á quienes apenas los conoce nadie sino por sus mujeres, cuya notoriedad y cuya gloria se reflejan en ellos y los hacen conspicuos.

Córdoba es un vasto laberinto de callejuelas estrechísimas, tortuosas, enredadas, tristes, desiertas, empedradas con guijarros y orilladas por casas pintorescas unas y cuajadas de balcones y celosías, otras desmanteladas ó como truncas; y un laberinto de plazuelas mezquinas é irregulares, de iglesias y conventos, de murallones y patios de aspecto desolado, rodeado de jardines y huertos, de escombros y cortijos.

Unos verdaderos sibaritas los tales viñadores; ¿y aún se quejaban y exigían reformas amenazando con la huelga?... En el Caballista, los que eran propietarios de las viñas mostrábanse enternecidos por repentina piedad, y hablaban de los gañanes de los cortijos. ¡Aquellos pobrecitos que eran merecedores de mejor suerte!

Las localidades son graciosas, irregulares, como lo exigen los accidentes del terreno, y pintorescas; los cortijos indican mucho esmero en los cultivos; y la prodigiosa multitud de huertos llenos de árboles frutales, hortalizas y pequeños jardines, le da al valle el aspecto mas risueño, que contrasta enérgicamente con el de las montañas que lo encierran, pobladas de espesos bosques, ricos en maderas de construccion.

Únicamente se habían aceptado los adelantos del progreso mecánico, como una arma de combate contra el enemigo, contra el trabajador. En los cortijos no existía otro utensilio moderno que las trilladoras. Eran la artillería gruesa de la gran propiedad.

Hay gentes visionarias continuó Salvatierra que sueñan con traer a estas llanuras el agua que se pierde en las montañas y establecer en tierras propias a toda la horda de desesperados que engañan el hambre con el gazpacho de la gañanía. ¡Y esperan hacer esto dentro de la organización existente! ¡Y aun muchos de ellos me llaman iluso!... El rico tiene sus cortijos y sus viñas y necesita del hambre, que es su aliada, para que le proporcione los esclavos del jornal.

Surgirían pueblos en las soledades, desaparecerían aquellos cortijos aislados, con su aspecto huraño de cuartel o de presidio, y las bestias volverían a la sierra, dejando el llano para el sustento del hombre. Pero Fermín, al escuchar a su maestro, movía la cabeza con signos negativos. Todo seguirá lo mismo dijo el joven.

Un día, en Lebrija, al salir a la plaza un torito vivaracho, sus compañeros le habían empujado a la suerte suprema. «¿Te atreves a meterle la mano?...» Y él le metió la mano. Después, enardecido por la facilidad con que había salido del trance, acudió a todas las capeas en las que se anunciaba novillo de muerte y a todos los cortijos donde se lidiaban y mataban reses.

Alegro y bulliciosa, muy dada a fiestas y saraos, encanto de toda buena sociedad, a los veinte años se tornó silenciosa, reservada, melancólica. ¿A qué se debió tal cambio? Pero no era, como ellas, murmuradora y amiga de censurar a toda bicho viviente, vicio de cortijos y poblachones, donde no se vive más que para espiar a los vecinos y relatar diariamente cuanto éstos hacen o dejan de hacer.

Y en el fondo, al pié de la gran montaña, se admira la belleza serena de los lagos de Neuchâtel, Biena y Morat, cuyas riberas, pobladas de viñedos, aldeas y cortijos, tienen tintas de un verde melancólico, y en cuyas ondas, rizadas por el viento é incendiadas por el sol de la tarde, se alcanzan á ver como nubes flotantes los vapores, y como mariposas las blancas velas de las barcas que navegan allí.