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7 El nuncio falso de Portugal, de tres ingenios. 8 La dicha por el agravio, de D. Juan Bautista Diamante. 9 El dichoso bandolero, de D. Francisco de Cañizares. 10 El sitio de Betulia, de un ingenio de esta corte. 11 Darlo todo y no dar nada, burlesca, de D. Pedro Francisco Lanini y Sagredo. 12 Las barracas del Grao de Valencia, de tres ingenios. 1 Un bobo hace ciento, de D. Antonio Solís.

Y ¿qué son ínsulas? ¿Es alguna cosa de comer, golosazo, comilón, que eres? -No es de comer -replicó Sancho-, sino de gobernar y regir mejor que cuatro ciudades y que cuatro alcaldes de corte. -Con todo eso -dijo el ama-, no entraréis acá, saco de maldades y costal de malicias. Id a gobernar vuestra casa y a labrar vuestros pegujares, y dejaos de pretender ínsulas ni ínsulos.

Este fervor, y los proyectos de expediciones que le fueron consiguientes, empezaron con el siglo XVII, y continuaron hasta el año de 1781, en que la Corte de España encargó al Gobierno de Chile de tomar en consideracion las propuestas del capitan D. Manuel Josef de Orejuela, que solicitaba auxilios de tropa y dinero para emprender la conquista de los Césares.

Asombréme, lloró desconsolada, golpeóse la cabeza con las manos, se mordió los puños apretados convulsivamente, volvió a hincarse en el suelo para pedirme perdón abrazada a mis rodillas, creció mi asombro, conseguí con trabajo que se sentara de nuevo, y la conjuré, por todos los santos de la corte celestial, a que me declarara enseguida todo cuanto tenía que declararme.

Goethe nada hizo para lograr su elevación y su privanza con el duque Carlos Augusto de Gemirá, quien le amó tanto como Goethe pudo amarle, y le admiró y le lisonjeó más de lo que el gran poeta le lisonjeaba. En la corte de aquel amable príncipe, Goethe, más que cortesano, parecía el príncipe, el genio a quien todos servían y adoraban.

Estas diversiones eran aún mas frecuentes en la Corte de Juan II, sucesor de Alfonso, cuyo cronista, el famoso García de Resende, los describe en su Miscelánea con vivos colores.

La clase sacerdotal sin embargo, mas unida en sus tendencias con la masa nacional que con la corte, repugnaba estos recuerdos de cultura profana.

Añádase á esto la vida errante de Carlos V, que nunca residió largo tiempo en España, y privó así al arte dramático de las ventajas y favor, que hubiese recibido de la corte.

Me casé anoche con una dama principal. Dios os haga muy felices, mis señores. Pero como veis, este vestidillo de viaje no es á propósito para que yo me presente al rey en medio de la corte con mi esposa. De ningún modo, señor. Ahora bien: ¿qué ropas, qué galas, en una palabra, dignas de un caballero del hábito de Santiago, puedo yo procurarme con ese dinero?

Al llegar aquí lanzaba el autor una larga epifonema y luego ariadía: Sic itur ad astra. Describía el desfilar de los Procuradores, obispos y grandes, que uno tras otro se adelantaban lentamente para jurar, sicut recua, y en el párrafo siguiente ponía la salida pública de la corte desde San Jerónimo hasta Palacio.