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Actualizado: 11 de septiembre de 2025


Cogí las llaves, y cuando bajaba la voz de Tommy que, desde lo alto de una cofa, decía: ¡Hola! ¡Hola! ¡Buenos días! ¡El capitán está en una postura incómoda, eh!..., ¡Ja, ja!... Pues en la otra verga está el doctor Cornelius. Ese que está gracioso dando tumbos. Invitamos a Tommy a venir con nosotros, pero dijo que no, que se estaba divirtiendo mucho para meterse en un rincón.

Hacía un calor bestial; todos teníamos que andar casi desnudos. Nos acercamos a tierra. Se veía una costa pantanosa verde, y la desembocadura de un río a lo lejos. El capitán, el doctor Cornelius y Silva Coelho fueron a tierra. Luego supimos que íbamos a llevar a América trescientos chinos, más cincuenta barriles de opio. El opio valía entonces una enormidad.

Si se cierra, romperán la puerta. Entonces, la dejamos abierta. ; dejadla abierta, y dejad abierta la escotilla. Nosotros, adentro. Desde la sobrecámara pudimos presenciar el alboroto del barco. Los chinos, sobre todo, armaban una algarabía infernal. Nissen recordó que el doctor Cornelius tenía guardado en su armario un alambique.

El vasco no lo sabía; alguna vez quiso que le explicáramos el significado de las palabras; pero como no nos era simpático, le decíamos mentiras. El doctor Cornelius, si no era brujo, le faltaba poco. Calculaba la cantidad de aire que necesitaban los negros para respirar en la bodega; estudiaba el mar, y, según se decía, estaba haciendo una obra describiendo los distintos fondos.

El capitán cayó en medio de aquella turba; la tripulación entera se echó sobre nosotros como perros y, gracias a que el piloto tenía la puerta de la sobrecámara abierta, pudimos refugiarnos allá y salvarnos. Quedamos dentro los vascos y el timonel. Al doctor Cornelius lo habían atrapado, y seguramente estaban dando cuenta de él en aquel momento.

El capitán y el doctor Cornelius conferenciaron con los representantes de la Compañía, y por la noche se nos anunció que zarpábamos para China. Teníamos que recoger trabajadores coolies chinos, cerca de la colonia portuguesa de Macao, y conducirlos a América. Silva el portugués era el encargado de llevar a cabo estas negociaciones. Llegamos a las aguas de China.

Algunos aseguraban que el doctor Cornelius era tan sabio, que a unos indios les había convertido en negros para venderlos después; pero otros decían que lo único que había hecho era teñirles la piel con una mezcla de alquitrán, sebo y nuez vómica. El doctor Cornelius tenía un sistema extraño de espionaje en el barco. Se enteraba de todo, no por qué medios.

Su único amigo era un gato negro, Belzebuth, con el que andaba por todas partes llevándolo en el hombro. Así como el doctor Cornelius era la bestia negra del barco, un jettator, como dicen los italianos, o un Jonas, como dicen los ingleses, Tommy, el grumete, era la mascota.

Sin duda, el surtido de ébano se había agotado en aquella parte de África, porque no pudieron traer mas que veinte o treinta negros encadenados. ¡Y qué personal! Viejos, tiñosos, ulcerados: un espectáculo horrible. El doctor Cornelius se encargó de ellos para ver si los dejaba presentables.

Belzebuth, el gato negro del doctor Cornelius, tenía un odio feroz a Poll, y dos o tres veces estuvo a punto de matarlo. Tommy solía entretenerse en hacer rabiar al pajarraco.

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