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Actualizado: 19 de junio de 2025
Así son las cosas. Se lo dije a éste y a don Procopio. Me alegro de saber la verdad del caso. Ahora ya no daremos crédito a Ricardo ni a don Juan. De seguro que uno y otro contaban a su manera lo sucedido, y en perjuicio mío. Pronto supe todo; los chicos de la botica no me ocultaron nada.
Esta fué la ménos fatal aventura de mi vida, pues no hiciéron mas que enviarme á Macao, donde me embarqué para Europa. Fué preciso calafatear el navío en la costa de Golconda, y me aproveché de la oportunidad para ver la corte del gran Aurengzeb, de quien se contaban entónces mil portentos.
Cuando los condes de Trevia llegaron al país, los amores de Octavio y Carmen contaban cerca de dos años de existencia. En este tiempo los caprichos del uno y la resistencia de la otra habían ido cediendo paulatinamente. Ambos se habían llegado á acostumbrar y reñían con menos frecuencia y hubieran concluído por casarse sin la aparición inopinada en Vegalora de la condesa de Trevia.
Esto se explica, atendiendo a que he residido siempre en una provincia donde por fortuna hace ya bastantes años que no se ha aplicado. Conocía algunos detalles de la ejecución de los reos sólo por referencia de los viejos, a los cuales no dejaba de mirar, cuando me lo contaban, con cierta admiración, mezclada de terror.
Ya nadie se acordaba de los sepultados por la mañana en el mar. Así es la vida. Ellos vivían, después de haber estado cerca de la muerte, y celebraban su fortuna. Andaban todos un poco intoxicados por el alcohol y se contaban uno a otro las mismas cosas que juntos habían visto. En general ninguno quería creer en la buena intención de Juan Machín al socorrernos.
Contaban que de muchacho había tenido amores con su prima Juana, aquella señora austera llamada por todos «la Papisa», que vivía como una monja y gozaba de enormes riquezas, regalándolas pródigamente en otros tiempos al pretendiente don Carlos, y ahora a las gentes eclesiásticas que la rodeaban.
Mas volviendo á la Reducción de San Esteban, este mismo año de 1721, se contaban en ella muchas familias. Encendióse por este tiempo una pestecilla de viruelas, de que murieron luego dos.
Algunas cartas de correligionarios, con fechas recientes, estaban llenas de sordas acusaciones. Sus compañeros de Rusia se quejaban a una voz de su silencio, de su tibieza; le reprochaban que no mantuviese ciertas promesas con las que ellos contaban, y casi le acusaban de traición.
¿Y Juanito? Pues Juanito fue esperado desde el primer año de aquel matrimonio sin par. Los felices esposos contaban con él este mes, el que viene y el otro, y estaban viéndole venir y deseándole como los judíos al Mesías. A veces se entristecían con la tardanza; pero la fe que tenían en él les reanimaba. Si tarde o temprano había de venir... era cuestión de paciencia.
Y aunque todo lo que contaban fuese cierto... ¿qué había de censurable en que él marchase sin compromisos por el mismo camino que otros habían frecuentado antes? «El mar era... el mar.» Estaban aislados del mundo, en medio de la soledad, como si la vida hubiese concluido en el resto del planeta, olvidados de sus leyes y preocupaciones.
Palabra del Dia
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