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Actualizado: 29 de junio de 2025


Concluida esta diligencia se marchó con grande órden y silencio, hasta que llegamos á donde estaba el resto de la partida que dió el aviso, y un indio de los del cacique Lincon avisó al Comandante haberlos bombeado, y á un mismo tiempo le avisaron del potrero en donde tenian dichos enemigos la yeguada: con cuya noticia dió órden de dejar las caballadas en una quebrada que hacia dos sierras, y al cuidado de ella 16 hombres, mandando á aquellas mismas horas una partida de 40 indios con 10 soldados de armas de fuego, con la órden que esperasen el dia en el parage que les pareciese mas oculto é inmediato á la puerta de dicho potrero, para que luego que amaneciese sorprendiesen á aquellos indios que se consideraban estar en la puerta de dicho potrero, como custodia, para que no saliesen de él dichas yeguas.

En un día semejante, como sucedió después durante la mayor parte de dos siglos, los puritanos se entregaban á todo el regocijo y alborozo público que consideraban permisibles á la fragilidad humana; disipando solo en el espacio de un día de fiesta, aquella nube sombría en que siempre estaban envueltos, pero de manera tal, que apenas si aparecían menos graves que otras comunidades en tiempo de duelo general.

Los partidarios de la creencia en la caja de yesca y de un buhonero consideraban a sus adversarios como una colección de gentes crédulas de cerebro desequilibrado que teniendo la vista perturbada, se imaginaban que todos veían como ellos; y los que estaban por lo inexplicable, se limitaban a dar a entender que sus antagonistas eran unos volátiles dispuestos a cantar antes de encontrar grano; verdaderas espumaderas en cuanto a capacidad y cuya clarividencia consistía en suponer que no había nada tras de la puerta de una granja porque no podían ver a través de ellas.

¡Siguen llegando! decía alegremente, luego de saludar á su príncipe . Continúa el desembarque de los americanos: una verdadera cruzada. Son centenares de miles; son millones... ¡Y pensar que muchos ignorantes consideraban un bluff lo del envío de los ejércitos de América! Se indignaba de buena fe contra la tal ignorancia, olvidado ya de sus escepticismos de meses antes.

Cuando sus amigos no lo encontraban en Monte-Carlo, era que carecía de dinero y estaba en su castillo contemplando melancólicamente todo lo que le quedaba por hacer. Vivía en una ala, la menos inacabada, y entretenía su soledad batallando con los rústicos vecinos, con los proveedores, con todos los del país, que se consideraban obligados á molestarle y explotarle de mil modos.

Se destacaron sobre la llanura, como libélulas grises, varios aeroplanos dispuestos á volar. Muchos hombres se agrupaban en torno de ellos. Los campesinos convertidos en soldados consideraban con admiración al camarada encargado del manejo de estas máquinas. Veían en su persona el mismo poder de los brujos venerados y temidos en los cuentos de la aldea.

Su alma se regocijó contemplando en la fantasía el holocausto del general respeto, de la admiración que como virtuosa y bella se le tributaba. En Vetusta, decir la Regenta era decir la perfecta casada. Ya no veía Anita la estúpida existencia de antes. Recordaba que la llamaban madre de los pobres. Sin ser beata, las más ardientes fanáticas la consideraban buena católica.

Después, poco a poco, sus buenas condiciones le atrajeron la simpatía general, y el señor y la señora Aubry, habiendo observado que aprovechaba inteligentemente sus consejos, lo consideraban como miembro de la familia. Transcurrieron los años. Juan se hizo un buen operario. Gracias a su amor al trabajo y a su disposición para los negocios, obtuvo un puesto preferente en la fábrica.

Además, se hacía viejo, la fortuna de su mujer representaba unos veinte millones de pesos, y su ambicioso cuñado, al trasladarse á Europa, demostraba tal vez mejor sentido que él. Arrendó parte de sus tierras, confió la administración de otras á algunos de los favorecidos por el testamento, que se consideraban de la familia, viendo siempre en Desnoyers al patrón, y se trasladó á Buenos Aires.

Los montañeses rebosaban de entusiasmo; alzaban las manos, se ensalzaban unos a otros y se consideraban los primeros héroes de la Tierra.

Palabra del Dia

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