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Al llegar a este punto dio una gran voz el párroco y se levantó de la silla, irguiéndose su figura recia, avellanada, sobre todas las demás, fulminando rayos por los ojos. ¡Alto ahí, señor mío! Yo no puedo consentir que en mi propia casa, en la casa de un sacerdote y en presencia de otros sacerdotes, profiera usted semejantes blasfemias.

No podía consentir que Herr Desnoyers, pariente de un von Hartrott al que recordaba vagamente haber visto en la corte , viviese en la habitación de los porteros. Debía ocupar su dormitorio, aquella cama solemne como un catafalco, con penachos y columnas, que había tenido el honor de servir horas antes á un ilustre general del Imperio. Yo prefiero dormir aquí.

Doña Luz tenía resuelto no ir a Madrid mientras pudiera no ir: quedarse en Villafría viviendo en su casa solariega; tener allí su centro, su cuartel general, su nido; cuidar desde allí de sus bienes e irlos mejorando y aumentando; ahogar en su alma toda propensión celosa; y, no ya consentir, sino impulsar a su marido a que fuese él solo a la capital, a brillar en el Congreso de Diputados, en las luchas políticas y en los negocios militares.

Pedro llegó a donde pocas veces; a consentir que las criadas de la casa intervinieran en los asuntos de los negros pucheros de hierro.

No puedo consentir que caiga en la miseria y en la abyección, siendo, como soy, responsable... ¡Oh!, mi mujer me perdone; pero una esposa, por inteligente que sea, no puede hacerse cargo de los motivos morales, , morales que tengo para proceder de esta manera». Y siempre que iba de noche por las calles, todo bulto negro o pardo se le antojaba que era la que buscaba.

Pero ... no añadió con determinación, no puedo consentir que te quedes en este sepulcro. Me parece que si te dejo aquí no he de verte más. Pero ese hombre, ese exaltado, ¿en qué piensa? ¿qué hace? ¿cómo tiene alma para verte en poder de esas arpías, y no pegar fuego á esta casa maldita? El me quiere dijo Clara, resuelta á decir todo lo que pudiera determinarle á marcharse.

Buena muchacha en suma, llena de delicadeza y de corazón, lejos de rehusar nada al que ella consideraría siempre como su hermano mayor, sería la primera en decirle: Repartámonos la fortuna. Pero su dignidad no podía consentir... ¿Con qué título? Un primo no es un hermano ni un marido... ¿Un marido? Después de todo, él podía llegar a serlo.

Esa joven continuó Carrascosa, que se llama ... ya no me acuerdo de su nombre. Pues ... esa que es tan guapita y tan modesta. De seguro no habrá en la procesión ninguna que la iguale. ¡Señor don Gil! exclamó María de la Paz Jesús con explosión de cólera repentina. ¿Cómo se ha figurado usted que yo podía consentir en semejante cosa?

En realidad no faltaba motivo para ello. Porque si bien jamás había sido confiado y cariñoso, hasta los últimos tiempos no llevó sus recelos al extremo ridículo de no consentir que la persona que hablase con su amo moviese poco ó mucho los pies.

Soy demasiado orgulloso para consentir en aumentar por un préstamo tan odioso la suma de mi valor personal y para dar esta ventaja sobre a la vanidad de una mujer. Antes de sufrir semejante humillación me casaría con la misma Adela. ¡Adela! ¡Ya lo creo! 5 de mayo.