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Actualizado: 20 de junio de 2025


Y mostraba su reloj, una joya rococó, que con sus esmaltes mitológicos hacía pensar en las fiestas pastoriles de Versalles. Tras él subía la escalera Juanito, el hijo mayor, con un enorme ramo de flores. ¡Este chico... este chico! murmuró la señora, sin conmoverse gran cosa por el cariño extremado que Juanito le demostraba en todas ocasiones.

¡Cuidado! gritó Materne. Oíanse también los relinchos de un caballo que se hallaba fuera y las recias pisadas de una muchedumbre de gentes que andaban por el pasillo, por el patio y delante de la alquería; la casa parecía conmoverse hasta sus cimientos. De repente, sonaron unos disparos en las ventanas de la sala baja. Las dos mujeres se vestían apresuradamente.

El campanero había desaparecido. Se oyó el chirriar de cadenas y poleas y un trueno sordo hizo temblar toda la torre. Vibraron el metal y la piedra, y hasta pareció conmoverse el éter del espacio. Acababa de tocar la Campana Gorda, ensordeciendo a los que estaban junto a ella. Momentos después, en el frontero Alcázar resonó el marcial estruendo de trompetas y tambores.

La vieja moda, aquella que envolvía a las mujeres en verdaderas bolsas de tela, había desaparecido; ni los filósofos podían pasear de cuatro a cinco de la tarde en el invierno por la calle de la Florida, sin conmoverse ante los cuerpos de las mujeres del día, dibujados d'aprés nature por Mesdames Carreau y Vigneau, con damas de Génova y terciopelos de Venecia; Kitty Bell y Flora Campbell hacían los figurines; Sarah Bernhardt, los guantes.

Tiene usted mucha razón repuse. El asunto es tan serio y trascendental que los intereses particulares de una persona, siquiera sean los del mismo inventor, deben posponerse a los de tantos millones de seres... El inventor quiso conmoverse.

De otro modo, nos hubiéramos hallado de pronto bajo los muros de la gran ciudad; cosa opuesta á todas las reglas del arte de conmoverse. ¡Ah, facinerosos!

Y sin conmoverse por lo dulce del canto ni respetar el encargo fatídico que su nieto dirigía al través de los montes á una lavandera sevillana, cayó sobre él como una pantera, le arrancó la guitarra de las manos y se la rompió en la cabeza. No satisfecha con esto, todavía aspiraba á desembarazarse de las manos que la sujetaban, sin duda para despedazarlo.

Ya en la calle, misia Casilda no supo adónde ir; estaba tan quemada de la conducta de Gregoria, que se asombraba de su propia paciencia: cómo había soportado en silencio el par de bofetadas con que la obsequió al entrar, sobre todo aquel ahora te acuerdas, que llevaba más filo que un puñal florentino; y luego el aire, la cara, el tono, cual si le debieran y no le pagaran... ¡Valiente papelón había hecho, y todo para salir como rata por tirante! ¡Qué candor el suyo de creer que iba a conmoverse Gregoria con solo verla, que iba a sentirse tocada en el corazón ante aquel acto de nobleza!

Se necesitaba tener corazón de piedra para no conmoverse cuando, cogiendo la guitarra y poniendo los ojos en blanco, se arrancaba por el Fandanguito de Cádiz, entonando después melancólicamente el ¡Triste Chactas...! que hacía llorar a todas las muchachas de la época, o aquello otro punteado y expresivo que comenzaba: /* Inflamado mi pecho amoroso, sólo en ti se cifraba mi anhelo.... */

Tenía igualmente derecho á «vivir su vida» al lado de un hombre que supiese embellecérsela con arreglo á sus altos merecimientos. Así fué soltando trozos de sus lecturas novelescas, y aunque la marquesa parecía tan enterada como él de tales argumentos, acabó por conmoverse y ablandarse bajo su elocuencia amorosa.

Palabra del Dia

rigoleto

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