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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Es un santo, y pues lo es, haga un milagro: devuélvale a mi hija la vida y la salud...» Pero ¿qué hace, padre mío? El cura se había levantado, con la tristeza retratada en el semblante. ¡Ay! exclamó. Me apena muy de veras su dolor; le compadezco y siento en el alma no poseer la virtud que me atribuye, pues no me es dable otra cosa que elevar mis preces a Aquel que dispone de los destinos humanos.
Yo soy humano; yo compadezco á los desgraciados; yo les ayudo en lo que puedo, porque así nos lo manda la Humanidad; y bien sabéis todas que como faltéis á la Humanidad, lo pagaréis tarde ó temprano, y que si sois buenas tendréis vuestra recompensa.
En cualquier caso ésas son niñerías o quisquillas que si fueras otro no te las perdonaría. Pero tú estás malo y te compadezco. No le vi más durante dos o tres días. Tuvo la severidad de tratarme con rigor. Se informó de mí por mi criado y supe que se preocupaba de mi estado y me vigilaba sin aparentarlo. Cada día de inacción me agotaba más y más me desmoralizaba.
Sí respondí un poco pensativa, la solterona, tal como tú la pintas, vive en un martirio perpetuo. Todo el calor desocupado de su corazón se transforma y se pierde... Da en hiel lo que hubiera debido prodigar en miel... ¡Pobre solterona!... Sí, por lo mismo que compadezco con toda mi alma a esas víctimas de la vida, no querría, hija mía, verte tomar un camino semejante...
«Porque yo tengo esta costumbre... Cuando me siento con ganas de llorar y dada a todos los demonios, ¿sabe usted qué hago?, pues coger el zorro, las escobas, una esponja grande y un cubo de agua. Siempre que tengo una pena muy grande le meto mano al polvo». Pues ¡ay, hija mía!, la compadezco a usted... porque la casa está como una plata... ¡Cómo ha de ser!... Sí, esta es mi única distracción.
Entonces comenzó esa hermosa época de noviazgo, exquisita, época sin igual en la vida. Nada tan delicioso como esos días de amor ingenuo, de fe, de ilusiones completas y de niñerías. ¡Ah, cuánto compadezco a los que no han amado así! ¡Cuánto compadezco a los que se dejan arrastrar por sus locuras lejos del hogar común y del amor legítimo!
Después de un breve silencio, prosiguió suspirando: ¡Pobre Mathys! Sois la víctima de una ciega abnegación. Os compadezco; el terrible peligro que os amenaza me arranca lágrimas de compasión y de angustia. La maldad es muy grande en los corazones perversos. Aquella por quien os habéis sacrificado, quiere preparar ella misma vuestra pérdida y entregaros a la justicia.
Señor de Pierrepont, le compadezco con toda mi alma... pero, ¿es digno de usted, de su buen sentido, de su rectitud, llamar miserable a una mujer porque ha rehusado casarse con usted?
¿Y de qué padece usted, señor de Heredia, del pecho? No, señor; más bien del estómago. ¿No tiene usted ganas de comer? Pocas. ¡Hombre, le compadezco de veras! Debe de ser fuerte cosa eso de sentarse delante de un plato de jamón con tomate y no poder meterle el diente.
»Sí, el Rey está enfermo, y te llama... tiene necesidad de tu ciencia. Su vida, que habías salvado, está nuevamente en peligro, y olvidas por una mujer tus juramentos, tus bienhechores. »¡Pero esta mujer lo es todo para mí: es mi alma, es mi vida! »Te compadezco, Carlos; pero no transijo con el deber: vengo a buscarte y tendrás que seguirme. »No puedo abandonar a Juanita. »Me seguirás, te digo.
Palabra del Dia
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